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elisleño.com - El diario de San Andrés y Providencia.

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El niño transparente

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EDNA.RUEDA02ENBÉl estaba decidido a aterrorizar el pueblo. Después del baño de la mañana, practicaba frente al espejo una mirada macabra, un giro dramático que terminaba cubriendo su boca con una capa de toalla y un gruñidito que jugaba a ser agresivo. En el camino de la escuela a la casa, imaginaba volverse un lobo, arrastrar una cadena o ser transparente.

Era un niño que deseaba ser un fantasma o un zombi, quería provocarles a todos escalofríos en las noches calurosas, que la gente del pueblo pusiera doble tranca, que los niños fueran bautizados masivamente, que los viejos contaran su historia en las noches cuando se iba la luz: quería tener como profesión el medio de los otros.

No tenía ningún plan al respecto, no quería verlos muertos, ni robarles los órganos o meterles espíritus por las orejas soplando oraciones en latín, a más de la travesura no había en él, intensión de daño.

Por eso, cuando murió consecuencia de la mordedura del perro rabioso de la vecina, antes de ponerse triste, sintió que recibía u regalo. Gozaba con la traslucidez de su cuerpecito, con los siete centímetros que se elevaba del suelo y con la nueva capacidad para atravesar paredes que ahora tenía. al principio, No pensó mucho en el dolor de la madre que dejaba en el cajón al que era, para ese momento su único hijo, ni en los recorridos que haría luego por los estantes de sus juguetes, tratando de encontrar los olores de su risa.

Se comprometido de inmediato con su trabajo diario: jalaba pies, interrumpía sueños y susurraba en los oídos de los dementes los chismes que averiguaba. Lo hiso por años. Hasta que nació su hermano.

Durante ese embarazo, Vio a su madre tener la misma discusión con su marido una y otra vez: ponerle o no el nombre del niño muerto al niño nuevo. El padre se oponía, estaba cansado de la pena y el dolor que nadaban en la casa, del cuarto venido en altar y de la morbosa adoración que profesaba la madre por quien ahora llevaba más tiempo muerto que vivo.

El niño transparente se oponía también, Su nombre era suyo, como la habitación detenida en el tiempo y la madre detenida en el llanto. Que le pusieran el nombre del padre, que tanto lo quería.Para lograr su objetivo, se metió en el sueño de la madre, como lo hacía cuando buscaba un abrazo. Y le dejó claro que no quería que el nuevo miembro de su familia usurpara ni su nombre ni su colección de carritos de madera.Durante los siguientes años jalo también los pies de su hermano, le escondió juguetes, lo acompaño a la escuela, lo vio crecer e irse, casarse y volver a veces en navidad. Vio a su padre correr en ese verano, tras las faldas cortas y las piernas nuevas de la hija de un compadre, Vio a su madre hacerse canosa y enfermar. Y cuando el padecimiento le inundo a la mente se hizo visible para hacerle saber que no estaba sola en el transito que empezaba.

Cuando el momento llegó, trató de convencerla de quedarse juntos espantando gente, pero madre es madre y ella puso orden. Sus años de travesura también terminaban ahí. Ya dejaría de molestar a su hermano y a los borrachos distraídos de un pueblo que pasado un tiempo se olvidaría de ambos.

*Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresen.

Última actualización ( Domingo, 19 de Abril de 2020 06:30 )  

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