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¿Dónde está el Estado?

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JORGE.GARNICAA pesar de sus posibles realizaciones materiales a futuro, el Estado nuestro, el mío, el suyo, hoy es una entelequia. Es un ente irreal - bueno, a veces es real para unos; es real para unos pocos (para los que están en la rosquita); para los que, inteligentemente diría yo, supieron enroscarse en ella. Para la mayoría sigue siendo una irrealidad, una ficción de la mente, cuando no una severa migraña.

Nuestra Constitución Política, que es el documento madre y que debe marcar nuestros caminos y comportamientos públicos (y a veces privados) nos recuerda en su artículo primero que “Colombia es un Estado social de derecho… fundada en el respeto de la dignidad humana… y en la prevalencia del interés general”. En el artículo segundo afirma sin ambages: “Son fines esenciales del Estado: servir a la comunidad, promover la prosperidad general… y asegurar la convivencia pacífica y la vigencia de un orden justo”.

De tal modo que en este momento me acojo a dos palabras claves de nuestra Constitución Política: convivencia y orden. Le corresponde al Estado (y los gobiernos son realizaciones prácticas del Estado, cuya representatividad está en manos muy concretas, en sujetos muy vivitos y coleando, que cobran cheques mensuales para hacer efectivo estos mismos principios constitucionales) asegurarse de que sus ciudadanos decentes tengan una convivencia sana y responsable, y un orden que permita que esa convivencia sea una realidad objetiva y no una entelequia consecuencia de una mente afiebrada.
Por otro lado, nuestro escudo corrobora también estos principios: Libertad y orden. Nunca implicó libertinaje (que es una grave distorsión de la libertad, tanto de la positiva como de la negativa) y desorden, puesto que esto sería otra distorsión enfermiza, vegetativa, y claudicante del deber estatal.

Entonces, por un lado, ¿qué tenemos que hacer los vecinos, a quiénes debemos recurrir  para que, por ejemplo, las aceras de la calle Tom Hooker no sean el símbolo patético de un potrero abandonado, en ruinas? Y no me digan que los representantes del papá gobierno local no se hayan dado cuenta de que la maleza, ya a varios metros de altura, la basura (sí, y somos nosotros, los moradores del barrio, los principales gestores de esta inmundicia del sector) y otros sólidos ya traspasaron las aceras y están prestos a encontrarse en la mitad de la carretera, como si fueron novios que están añorando sus respectivas ausencias.

¿Y que esto es un paraíso? ¿Qué pensarían nuestros visitantes y turistas que deambulan a diario por el barrio? Que no tenemos un diccionario que nos ayude a definir y entender qué es un paraíso o que prevaricamos todos, pero sobretodo los dos primeros: El Estado, el gobierno y sus respectivos representantes, y los ciudadanos que no nos importa un bledo acercarnos, así sea un poco, a la noción de paraíso, seguramente por una ignorancia crasa que por cualquier otra razón, y nos encontramos más a gusto revolcándonos como chanchos en una cultura barata, ineducada, y chabacana, bordeándose terriblemente con una incivilización nunca vista en San Andrés. ¿En pleno siglo XXI? ¡No hay derecho!

Por otro lado, el tema de nunca acabar: el puto ruido de los ‘pick ups’ y otros mecanismos electrónicos de improcedentes ruidos. Los pasados viernes, sábado, domingo, y lunes, los malos vecinos tuvieron su menjurje de parranda. El domingo se hicieron de las suyas: hasta las 5:03 a.m. ¿Y las fuerzas públicas, es decir: el Estado, el gobierno y sus representantes? Dormidos, haciéndose los giles, porque no es posible creer que no hayan percibido los estruendos cuando pasan raudos en sus motos, o busetas, o será que se unieron a la parranda, y los que no fuimos invitados y/o rechazamos la invitaciónal desorden auditivo y físico por considerarla nociva para la salud mental, emocional y física, y nos tocó tragar por entero y a la brava cualquier cantidad de vallenato, reggae, soca, merengue, etc.

Cuando yo prendo mi equipo de sonido, mi vecino que está a 10 metros no escucha mi música porque lo respeto. Entonces, ¿por qué yo tengo que sufrir por la del mal vecino que está a 50, 100, ó 500 metros? Esto no es intolerancia, señores y señoras, es no estar dispuesto a aceptar lo inaceptable. El estadista mejicano Benito Juárez, hace más de 100 años, lo dijo muy claramente: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.

Otra vez: ¿Y el Estado y sus representantes? Aquí brillan por su ausencia. ¿Por qué? Es la pregunta del Billón. Sin embargo, me permito especular: porque ellos duermen en paz y rodeados de bienestar ¿por qué preocuparse por el otro (a)?; las instituciones del Estado/gobierno no funcionan porque sus representantes tienen otros objetivos, muy diferentes a la búsqueda constitucional de la convivencia pacífica y el orden, al de los pobres y somnolientos moradores del barrio Tom Hooker; están muy cansados, haciendo qué, no sé, y no me atrevo a conjeturar; están en el proceso de reinventar otro discurso (eso sí, muy florido), otro decreto, otra ordenanza, para convencernos de que el Estado y el papito gobierno, y sus respectivos actores, sí están cumpliendo con sus deberes institucionales y constitucionales.

De modo que así estamos. Y que conste que no estoy inventando vainas. La verdad y la realidad están aquí, en nuestras narices, como si fueran monstruosas y fantasmagóricas rémoras. Más bien, continuamos siendo “Prisioneros de esperanzas”.

En fin, la educación es el mejor regalo, el más grato que el Estado pueda regalarle a un pueblo, eso sí, que sea de calidad. Porque la cantidad de malandrines y chocarreros que están saliendo de nuestras escuelas y colegios está dejando mucho que desear para una sociedad que merece un mínimo de estándares civilizados. Los multimillonarios gastos no significan necesariamente calidad educativa.

¿Y cuándo se hará algo, en serio, en cuanto a la insostenible e intolerable inmigración hacia la Ínsula—pasado y futuro?

Última actualización ( Sábado, 12 de Diciembre de 2015 08:26 )  

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