Los ‘Epsilon’ o la inequidad condenatoria

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Puede ser una imagen de de pie

Aldous Huxley, imaginó un mundo feliz, donde los alfas, hermosos e inteligentes se iban de vacaciones, eran creativos y cercanos a la perfección, quizás si hubiese vivido hoy, en su novela nos habríamos deleitado con sus Instagram llenos de privilegios. Pero también estaban los Beta, los Delta y los Épsilon, diseñados estos últimos para tareas repetitivas o peligrosas, sus redes sociales, en consecuencia, serian menos cosmopolitas.

Nuestro país feliz, Colombia, imitando con increíble similitud el esquema social que planteó Huxley, sacando los primeros puestos en una región de por sí desigual, con su índice de Gini de 0,517 (este índice mide la desigualdad de un país siendo 0 la perfecta igualdad y 1 la perfecta desigualdad).

Deja planteado para ciertos sectores, que estas inequidades se basan en la concepción de que el esfuerzo y la determinación personal deberían ser suficientes para mejorar la calidad de vida, que las oportunidades están ahí y que el acceso a ellas depende solo del empeño.

Y, a primera vista, esto sería simple de entender. “Si usted trabaja duro, usted saldrá adelante”. Pero la premisa misma supone que los cientos de miles de trabajadores del país con salarios mínimos, y sin acceso a educación o a vivienda digna, simplemente no se esfuerzan lo suficiente.

Se descalifica a la que es la mayoría del país, con una idea que es implícitamente clasista, se supone que estas personas están condenadas por hábitos poco saludables, violencia, embarazos adolescentes y en general una apatía que parece corroer sus esperanzas.

Pero a este cuento le falta un pedazo. Si se analiza la situación en términos de números, una familia de estrato socioeconómico bajo, tiene casi cuatro veces más horas de trabajo al año. También es más frecuente que en estas familias, si fija su meta en la academia para mejorar su situación, no reduzca de manera significativa estas horas de trabajo.

Cuando se hace una valoración de asuntos como consumo de alcohol, y horas de recreación, las diferencias no parecen significativas, por ejemplo, en LA ESTRATEGIA NACIONAL DE RESPUESTA INTEGRAL AL CONSUMO DE ALCOHOL EN COLOMBIA, se evidenció que la mayor proporción de consumidores de alcohol está en los estratos 5 y 6, con 57%, mientras que en los estratos 1 y 2 las cifras son 27% y 33%, respectivamente.

Sin embargo, el consumo de riesgo o perjudicial de alcohol es mayor en los estratos 1 y 2 (43% y 39% respectivamente), en tanto que en los estratos altos las cifras se reducen a 28% en el estrato 4, y 20% en los estratos 5 y 6. Es decir, aunque se consuma más en estratos altos, hay algún tipo de contención que reduce los riesgos.

En cuanto a la cocaína, para Augusto Pérez, director de la Corporación Nuevos Rumbos, citado en el artículo de Iván Ricardo Torres, para el Portafolio del año 2019, “Las drogas ilícitas que más se consumen por estratos sociales”, entre los cuarenta países encuestados, Colombia es la nación donde más barato se consigue el gramo, con un valor de $19.000. En países de Europa, la misma cantidad puede valer $297.000, pero en otras partes del mundo como en Australia o Nueva Zelanda el costo supera los $600.000.

El país también ofrece precios razonables para la compra de ‘éxtasis’, pues su valor ronda los $100.000 por gramo, uno de los más baratos. En Estados Unidos ese valor puede llegar a escalar a los $171.000. Por su parte, una dosis de LSD en el país se consigue por $28.000. Entonces, los precios de estas dos últimas sustancias, siguen haciendo este consumo casi exclusivo de estratos altos.

Otro aspecto al que se le alude el ‘éxito’ está cimentado en la educación, y en este caso se puede pensar en dos aspectos: uno meramente académico/instructivo y otro de tipo familiar, en valores si así se quiere.

En el documento ‘Tiempo de cuidados: las cifras de la desigualdad’, del DANE en el 2020, Para el 5.6% de los hogares colombianos hay presencia de personas que desempeñan trabajo doméstico remunerado (servicio doméstico), en este caso, las mujeres cuidadoras destinan 44% menos tiempo al trabajo doméstico, dos horas con 46 minutos diariamente, en comparación con las cuatro horas con 10 minutos cuando no cuentan con trabajadoras/es domésticas/os.

Aunque no se ve afectado el tiempo que se dedica a cuidados personales, contar con personal de servicio, doméstico incrementa en 8% el tiempo de ocio y recreación de las cuidadoras (vida social, cultural, religiosa y uso de medios de comunicación y lectura), y por eso juzgar el tiempo que se le dedica a una familia por parte de una madre trabajadora sin ayuda doméstica versus una con ayuda, es injusto.

En la misma categoría de la Educación, pero en el polo académico, nuestro sistema cuenta con más de 10.300 programas, los cuales son ofertados por 286 Instituciones de Educación Superior (IES), de las cuales el 81% son universidades, donde 40 son oficiales, y el 60 son privadas, pero Las universidades públicas recibieron a 1’210.000 estudiantes (50,3 %) y las instituciones de carácter privado a 1’197.000 más (49,7 %).

¿Y los precios? Bueno para una carrera como Medicina, por ejemplo, la matrícula podía oscilaren el 2018, en la ciudad de Bogotá en una universidad Pública (Universidad Nacional) entre $124.998 y los $7.717.889, aproximadamente; y en universidades privadas entre $12.870.400 y $23.254.000 (Unisanitas – Uniandes, respectivamente), valores que excluyen las posibilidades de una familia de estrato 1 y 2 inmediatamente, más aun si se contaba con el ingreso que trae el nuevo ‘estudiante’.

La lista de los determinantes sociales es larga, y a este factor ‘esfuerzo y dedicación’, hay que sumarle las necesidades intrínsecas de familias que no cuentan con, por ejemplo, servicios públicos, educación financiera, educación en salud, tiempo libre y de calidad en sus hogares.

Si se es parte del 5.6% de la población que tiene ayuda doméstica, si además se cuentan con recursos para enviar a los hijos a la universidad privada, sin el deterioro del patrimonio, si hay una suerte de tranquilidad respecto al futuro y al presente, es difícil empatizar con quien tiene dificultades para llegar al día siguiente, y en consecuencia se aluden argumentos que más parecen justificaciones a la inequidad, casi como si se hablara de una subespecie, el Épsilon de ‘Un mundo feliz’, condenado desde su origen a servir.

Todo esto enmarcado en las décadas de desplazamiento y violencia especialmente de la población rural.

Pareciera que hay aun una idea colonizante que aprueba la diferencia, un criollo que desea ser europeo, noble, latifundista y que poco se asume esta inmensa clase media que es agobiada. En este intento por marcar la diferencia, la búsqueda de equidad, el subsidio para el progreso se ve como un atentado, y el otro es siempre el pobre, el fronterizo, el excluido del círculo centralista