La angustiosa recuperación económica de San Andrés

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Preguntas que reinciden de manera incómoda con un panorama poco claro de compromisos sociales, gremiales y políticos de mejorar la isla.

La celebración no debe hacernos perder de vista el cuadro clínico general de los problemas de la isla. Vuelve a llamar la atención sobre su vulnerabilidad y sus serias deficiencias en agua, salud, seguridad, degradación ambiental, hacinamiento y desplazamiento socio-espacial, extrema pobreza entre la minoría étnica histórica y la ocupación de su cada vez más reducido espacio.

En esta época de bonanza nos preocuparnos porque es cuando menos atienden las necesidades de las islas y de los isleños y porque la llegada de más turistas podría empeorar los eternos y poco atendidos problemas locales, que no se pueden seguir ignorando o pateando hacia el futuro como una pelota.

Desde 1953 la isla no se ha adaptado adecuadamente a los múltiples cambios generales por el turismo y el aumento de la población residente, lo cual ha llevado a serios problemas por constantes deficiencias en servicios de agua, electricidad, salud y una inseguridad fuera de control.

Es, por lo tanto, una recuperación viciada porque el aumento de personas usa los precarios y deficientes servicios públicos de los isleños y además causan más daño ambiental y cultural.

Además, porque hay algo deficiente en el modelo porque la mayoría de visitantes no vuelven debido a las aguas negras, las basuras, el desorden, el caótico aeropuerto, todo lo cual deben enfrentar después de tener que pagar por el privilegio de poner pies sus en la isla. Esto hace menos valioso el inmenso y costoso trabajo que se hace en promover a la isla por el mundo y llama a cuestionar si hay algún plan concreto más allá de llenar los hoteles.

Y encima de todo eso preocupa que en el peso de la conciencia política y gremial isleña no se percibe una preocupación suficiente para usar los ingresos fiscales y ganancias de la presente bonanza para mejorar la isla y la experiencia del turista. De hecho, pocos sabemos hacia dónde van los miles de millones que el aumento de turistas le genera a las islas en impuestos.

Desde 1953 y sigue tan campante...

Para cada isleño que debe esperar hasta 15 días para que una gota de agua salga de su ducha, que no sabe si le darán su medicina para la diabetes en un hospital en permanente crisis o que teme salir de su casa por la muy ignorada inseguridad que hay, el millón de turistas es sólo una vaga estadística de orgullo gubernamental que no representa una visible mejora en su vida. El isleño no mide el desarrollo local centrado sólo en los turistas sino en otros factores como agua y salud que le harían vivir mejor.

Desde 1953 hay un serio déficit en esos otros factores y por ello San Andrés ha estado enfrentado a una angustia existencial que bordea en un lento suicidio socioeconómico y ambiental que se vuelve más preocupante con el increíble aumento de turistas sin el aumento de lo necesario para recibirlos. Es un círculo vicioso que entrega nuevos problemas o empeora los existentes, lo cual eventualmente hiere al turismo.

A todos preocupa que el boom económico no parece servir de incentivo para mejorar y más bien opaque por completo las eternas preocupaciones ambientales y culturales y las deficiencias que han fijado el debate isleño de desarrollo sostenible en los últimos años y que llevaron en el pasado a la congelación de licencias de construcción y a la adopción de medidas de control poblacional, los cuales simplemente hoy en día se han abandonado.

Sería irresponsable que el liderazgo político y empresarial isleño se queden cruzados de brazos celebrando el aumento de turistas. Pero no son los únicos ni los más poderosos a la hora de influenciar que están en silencio.

Las retiradas voces locales ambientales y étnico-culturales preocupan por su tranquilidad coyuntural. Son activos fundamentales en el modelo de desarrollo de turismo y tradicionalmente han sido fuerzas de cambio y de mucha influencia que mano a mano han logrado mucho, como la declaratoria de la reserva de biosfera Seaflower y los enormes poderes étnicos y gubernamentales otorgados por la Constitución de 1991, aunque estos últimos aún están por ejercerse en beneficio de las islas.

La cuestón etnica-raizal

El peso del argumento étnico-raizal era la mayor fuerza que impulsó el control poblacional reflejado en la tarjeta de turismo y la Occre, pero esa reivindicación prácticamente ha desaparecido del panorama local. Y ya pocos alzan la voz frente a la invasión de playas y demás daños ambientales.

El aumento de turistas viene con problemas y por eso es necesario un mayor compromiso político, gremial de comerciantes y hoteleros y de lo étnico raizal y de todos los sectores sociales (porque los problemas no son sólo raizales) para atenderlos.

Es claro que un desarrollo más sostenible requiere un balance y una interacción eficaz y llevadera entre naturaleza, gente, cultura y etnia y todo amparado en un consenso gubernamental, gremial, político y social. No puede ni debe ser una parálisis al progreso, sino, más bien, una adaptación adecuada y lo menos dañina posible. Esa coexistencia pacífica y balanceada la han logrado varias islas del Caribe con buena planeación y orden, así que sí podemos.

La industria hotelera de la isla debería disfrutar la bonanza con una mirada hacia su supervivencia a largo plazo, que inevitablemente requiere una mayor atención a la isla y no sólo en las facilidades empresariales.

Al fin y al cabo, con las deficiencias de San Andrés, un aumento incontrolable podría llevar al turismo a la autodestrucción porque la naturaleza elusiva de la industria podría forzar a muchos potenciales visitantes a irse a otros lados con su dinero. Nuestras hermosas playas aún atraen, pero dejarán de hacerlo si al salir del mar el visitante deba seguir saltando aguas negras o evadiendo peleas y balaceras solo para llegar a su hotel donde escasea el agua.