“Nos convertimos en aquello que recibimos” (San León Magno).

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Recuerdan el pasado, como escuchamos en la primera lectura que nos narra que los acuerdos entre Dios y el pueblo se sellaban con una alianza; se construía un altar y se ofrecía un sacrificio de animales, se redactaba el documento con los acuerdos, y se rociaba con sangre para sellar el pacto. Estas palabras: “tomen y coman” nos remiten, al cenáculo, donde Jesús las pronuncia en tono solemne como documento definitivo de la alianza nueva y eterna.


“Tomen y coman” son palabras que se cumplen hoy, en el presente, cada vez que celebramos la Eucaristía. Y estas palabras anticipan el futuro, la venida del reino de Dios al mundo.


Estas palabras no son un documento escrito, sino el acontecimiento central de la historia del mundo y de nuestra historia personal. Jesús decidió quedarse con nosotros para siempre, y eligió como signos de su presencia el pan y el vino.


¿Por qué el pan y el vino? Porque el pan y el vino son frutos de la tierra, es decir los recibimos, son un don, un regalo. Los dones que presentamos en la Eucaristía son de lo mismo que recibimos del Creador; en el pan y el vino su juntan las fuerzas de la tierra y las fuerzas del cielo.

¿Por qué el pan y el vino? Porque pan y vino son también frutos del trabajo del hombre. Es decir, allí entra toda la actividad y el espíritu del ser humano; concurren el cielo y la tierra, la actividad del hombre y las fuerzas de Dios y de la creación. Pan y vino son así una ofrenda cósmica. Reúnen al cielo, a la tierra y al ser humano.


¿Por qué el pan? Porque el pan es la forma más simple y común del alimento, hecho solo de un poco de harina y agua. Es el alimento de todos, pero especialmente de los pobres, a quienes el Señor escogió como primer lugar de su cercanía. El pan es hecho de granos molidos, y por eso es símbolo de la pasión del Señor, que es el grano que ha muerto y ha resucitado. Solo a través de la muerte llega la resurrección, el fruto y la nueva vida.


¿Por qué el pan? Porque el pan es signo de comunión, y así como muchos granos de trigo se juntan y son molidos para ser convertidos en pan, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino. El pan porque es fruto de un proceso de unificación de muchos granos molidos, y se convierte en un acontecimiento de unión. El pan porque tiene que ver con la vida diaria, habla de sencillez y de peregrinación.


¿Por qué el vino? Porque el vino expresa la exquisitez de la creación: es símbolo de la fiesta de la alegría que Dios quiere ofrecernos al final de los tiempos y que ahora anticipa una vez más. El vino porque también habla de pasión. La vid tiene que podarse, la uva tiene que madurar con el sol y la lluvia, y tiene que ser pisada: solo a través de esta pasión se produce un vino de calidad.


Por eso que la Eucaristía constituye el tesoro de la Iglesia, la valiosa herencia que el Señor nos ha dejado. Es el Señor Jesús que se entrega para la vida del mundo y constituye el principio de divinización de la creación. La Iglesia la custodia con el máximo cuidado, celebrándola diariamente, adorándola en las iglesias y en las capillas, distribuyéndola a los enfermos, y como viático a cuantos parten para el último viaje.


Al comer el cuerpo y la sangre del Señor, nos convertimos en lo que comemos. Somos invitados a ser Eucaristía: al ofrecimiento de Cristo debemos acompañarlo con el sacrificio de nuestra existencia. Así celebrada, “en cada Eucaristía el cielo viene a la tierra, el mañana de Dios desciende al presente, y en cierto modo el tiempo es abrazado por la eternidad divina” (Benedicto XVI).


En la fiesta del Corpus Christi no puede faltar la procesión. Al llevar la Eucaristía por las calles y las plazas, queremos introducir el pan bajado del cielo en nuestra vida diaria; queremos que Jesús camine por donde caminamos nosotros, que viva donde vivimos nosotros. Nuestro mundo, nuestra existencia debe transformarse en su templo. Y nosotros tenemos que transformarnos en aquello que comemos, tenemos que ser eucarística, tenemos que vivir eucarísticamente. Solo así podemos ayudar a la transformación de la humanidad inspirados en la divinidad.

* Vicario Apostólico de San Andrés y Providencia

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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.