Preocupante informe sobre el Cambio Climático

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Clima extremo y cambio climático ¿hay un nexo entre ellos?

La cuenta regresiva ya comenzó. Dentro de un mes, representantes de alto nivel de los 193 Estados que integran la Organización de las Naciones Unidas (ONU) deberán atender la primera de dos citas –ambas convocadas el próximo mes– consideradas claves para el futuro del planeta. Calentamiento Global imparable.

Kunming, en China, se prepara para ser la sede de la Conferencia sobre Biodiversidad, entre el 11 y el 15 de octubre. Pocos días después, a partir del 31 y durante un par de semanas, el turno será para Glasgow (Escocia), en donde el tema central será el cambio climático.

Cada encuentro recibirá la posta de citas anteriores. La diferencia es que en la presente oportunidad el sentido de urgencia está en su punto máximo, ante la advertencia de los científicos de que la humanidad se arriesga a traspasar un punto de no retorno.

Para decirlo en pocas palabras, es cada vez más grande el peligro de que los daños sean mayores que los ya documentados y tengan carácter irreversible. En el peor de los escenarios, un enorme número de especies adicionales vería amenazada su supervivencia, mientras que centenares de millones de personas en los cinco continentes serían víctimas de eventos extremos.

Que las cosas están muy mal, es innegable. El índice planeta vivo, que elabora el World Wildlife Fund y refleja la abundancia de mamíferos, aves, peces, reptiles y anfibios, se contrajo 68 por ciento entre 1970 y 2016. Por su parte, la emisión de gases de efecto invernadero sigue su curso sin que se tomen los correctivos que señalan los científicos.

El pasado 9 de agosto, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (más conocido como IPCC, por su sigla en inglés) subrayó que el deterioro profundo continúa. “Muchos de los cambios observados en el clima no tienen precedentes en miles, sino en cientos de miles de años”, sostuvo un comunicado de prensa dado a conocer en esa fecha.

De ahí que se hayan multiplicado las voces en pro de tomar decisiones contundentes y efectivas. La más reciente es la del Fondo Monetario Internacional, cuya directora, Kristalina Georgieva, citó a Leonardo da Vinci en un escrito: “Saber no es suficiente; debemos aplicar lo que sabemos. Estar dispuesto no es suficiente; debemos actuar”.

A la expectativa

Ver a una entidad, creada originalmente con otros propósitos, interesarse por el calentamiento global les puede sonar extraño a muchos. Sin embargo, la amenaza es de tal magnitud que pensar en una implosión, de la cual nadie saldría indemne, no resulta descabellado.

De hecho, es casi unánime el consenso entre los analistas respecto a que nada sería tan traumático para la economía mundial como la concreción del panorama que pintan numerosos estudios. Así haya escépticos, las encuestas muestran que cada vez más gente se declara ansiosa por el alza en los termómetros.

Como señala el IPCC, “con un calentamiento global de 1,5 grados (que es el mejor pronóstico bajo las condiciones actuales) se producirá un aumento en las olas de calor, se alargarán las estaciones cálidas y se acortarán las estaciones frías”. De llegarse a los dos grados –cuya probabilidad de suceder es elevada–, “los episodios de calor extremo alcanzarían con mayor frecuencia umbrales de tolerancia críticos para la agricultura y la salud”, agrega el panel de expertos.

Parte de esas alteraciones ya se observan en todos los puntos de la geografía. Fuera del deshielo de los casquetes polares y la desaparición gradual de nevados y glaciares, los ciclos climáticos se han vuelto más extremos, como lo muestran las estadísticas disponibles en Colombia.

El costo de los diferentes eventos es cada vez mayor. Tras el paso del huracán Ida, las pérdidas materiales en Estados Unidos se contabilizaron al menos en 25.000 millones de dólares, para no hablar de las vidas humanas. Incendios forestales o inundaciones son más frecuentes en los dos hemisferios, desde Australia hasta California, pasando por Alemania o Perú.

Pero aparte de la alarma, lo importante es proponer respuestas viables. El antecedente de la pandemia, que llevó a la gran mayoría de los gobiernos a tomar medidas estrictas en lapsos muy breves, muestra que en circunstancias de extrema urgencia hay espacio para la audacia. Y ese es el caso actualmente.

La pregunta, claro está, es si se podrán construir consensos. El avance de las negociaciones con miras a China lleva a pensar que un entendimiento en favor de la conservación, la protección de ecosistemas y de áreas afectadas por la deforestación puede darse, a pesar de la frialdad en las relaciones entre Pekín y Washington, de las eventuales intenciones de Brasil o de la conformación de bloques de países más interesados en la geopolítica.

Mucho más complejo aún resulta trazar el camino después de lo conseguido en la Cumbre de París de 2015 sobre calentamiento global. El motivo es que ahora hay que ir mucho más allá, sin desconocer que desde lo ocurrido en la capital francesa han aparecido avances que pocos esperaban.

Para comenzar, un grupo creciente de naciones se han comprometido con la meta de llegar a cero emisiones netas de carbono para mediados del siglo. Ello quiere decir que lo que se contamine será compensado en la misma proporción, tanto por métodos naturales como por desarrollos tecnológicos como la captura de carbono de la atmósfera.

De otro lado, la transición energética hacia el uso de fuentes renovables o la expansión de la movilidad sostenible avanza más rápido de lo que se creía. Hoy en día, paneles solares y molinos de viento son competitivos frente a las tecnologías tradicionales, mientras que el precio de una batería para un vehículo eléctrico es una fracción de lo que valía dos décadas atrás.

No obstante, el éxito de Glasgow dependerá de que se logren poner puntos sobre las íes. El objetivo de metas generalizadas de cero emisiones y un paquete creíble de financiamiento es loable, pero aquí lo que importa no es solo el qué, sino el cómo y el cuándo.

Hueso duro de roer

En concreto, el primer gran obstáculo consiste en aceptar que hay que ir mucho más rápido. La Agencia Internacional de Energía dio a conocer hace poco un reporte que establece una hoja de ruta cuyo primer punto es que no se desarrollen más yacimientos de petróleo de forma inmediata ni se permitan ampliaciones o nuevas minas de carbón.

Como complemento, en 2030 el 60 por ciento de los automóviles vendidos –y la mitad de los camiones livianos– deberían ser eléctricos. Cinco años más tarde se suspendería la oferta de carros con motores de combustión y un lustro después la mitad del combustible de los aviones tendría bajas emisiones.

Supuestos adicionales incluyen que el hidrógeno de bajo carbono se masifique o que los códigos de los edificios se adecúen para hacerlos mucho más eficientes. Incluso el gas natural vería reducido su uso a la mitad de los niveles de 2020.

Transformar un modelo basado en los combustibles fósiles de manera tan radical exige no solo inversiones muy cuantiosas y avances tecnológicos considerables, sino mecanismos de compensación para aquellas naciones que quedarían en el grupo de los damnificados. Sin paliativos, renglones diversos del aparato productivo se volverían inviables, lo cual daría origen a tensiones y protestas.

En respuesta, los impulsores del nuevo esquema señalan que las oportunidades que se abren con la construcción de plantas más limpias y el desarrollo de modelos sostenibles es una verdadera bonanza que beneficiaría a todos. Los cálculos varían, pero superan con facilidad el billón de dólares de inversiones anuales durante un largo periodo.

A lo anterior se sumaría evitar las descomunales pérdidas que dejarían los traumatismos de origen climático. Dado el respaldo del público a acciones concretas que sirvan para alejar la amenaza de un calentamiento global descontrolado, habría ambiente para aceptar ciertas decisiones.

Pago por contaminar

Por ejemplo, el FMI es partidario de la tarificación del carbono. Así, los segmentos productivos que contaminen pagarían un precio por los gases de efecto invernadero que emitan, como comienza a suceder en la Unión Europea.

No obstante, ese valor, que hoy está en tres dólares por tonelada de carbono en promedio, debería subir a 75 dólares, según el organismo. Concretar semejante salto no será nada fácil, a pesar de que una señal que les toque el bolsillo a un buen número de industrias aceleraría la adopción de tecnologías más limpias.

Para los consumidores también habría consecuencias. Una tasa como la mencionada haría que el galón de gasolina suba en unos 70 centavos de dólar, algo que haría más atractivos los vehículos eléctricos, pero que en un primer momento les dolería a muchos conductores.

Es claro que un incremento de esa magnitud tendría más aceptación en el mundo desarrollado, en donde el poder adquisitivo es mayor. Pero nada está garantizado, como lo demostró la aparición de los ‘chalecos amarillos’ en Francia, precisamente cuando el gobierno de Emmanuel Macron propuso elevar el costo del litro de gasolina tras los acuerdos de París.

Y en el ámbito global, queda planteado el dilema de que paguen los justos por los pecadores. “Los países más pobres del mundo son los que menos han contribuido al cambio climático, pero son los más vulnerables a sus efectos y los menos capaces de afrontar el costo de adaptación”, dice Kristalina Georgieva.

Si se trata de que las cosas funcionen, no queda de otra que volver realidad el propósito de que las economías desarrolladas aporten 100.000 millones de dólares al año para financiar al mundo en desarrollo. Sin duda, se trata de proveer los fondos para que la transición energética hacia fuentes de generación limpia tenga lugar en todas partes.

Pero también hay que entender que los que crecieron a punta de expoliar los recursos naturales propios y ajenos merecen asumir la mayor parte de la cuenta. De vuelta a la biodiversidad, las políticas de protección de áreas son efectivas cuando las personas que habitan en sus alrededores cuentan con medios de subsistencia que se reciben por cuidar el bosque y no deforestarlo, para citar un caso concreto.

Es de esperar que, cuando suba el volumen de la discusión en las cumbres que se avecinan, Colombia sea un actor importante. Al respecto, el ministro de Ambiente, Carlos Eduardo Correa, recuerda: “En el plan de desarrollo hemos reconocido que el enorme capital natural con el que contamos es el activo más importante para el desarrollo de nuestra nación”.

Los avances conseguidos en la reunión preparatoria que se celebró en Leticia pocos días atrás llevan a pensar que en China habrá humo blanco. Habrá que esperar que en Escocia prime el mismo ánimo y que las deliberaciones se traduzcan en acuerdos concretos y verificables.

Aquí también, el país puede jugar un papel destacado. “Somos ejemplo con la contribución nacional determinada en la que nos comprometimos a reducir en 51 por ciento nuestras emisiones de gases de efecto invernadero en 2030, lo que se combina con el propósito de llegar a la neutralidad del carbono a mediados de este siglo”, agrega el funcionario.

Ojalá la buena voluntad mostrada sirva para inspirar a quienes creen que pueden pasar ‘de agache’ frente a un desafío común que exige respuestas prontas. A diferencia de lo que pasa en el conocido juego de la perinola, esta vez se necesita que aparezca primero la cara del ‘todos ponen’, para que, a la vuelta de unos años de esfuerzos sostenidos y colectivos, no salga la del ‘todos pierden’. (Tomado de El Tiempo)

Última actualización ( Lunes, 13 de Septiembre de 2021 05:34 )