En Pueblo Chico, donde hasta las mentiras tienen nombre y apellido, vivía Ananías Gaitán, un hombre ancho de lomo y escaso de palabras. Su barriga le antecedía al andar y su ceño fruncido parecía haber sido esculpido desde la cuna. Nunca fue de los que se detenían a leer un cartel en la plaza ni a revisar la hora en el reloj de la iglesia.