Me cansé de esos amigos hombres que le pierden siempre las peleas a sus mujeres, y en un acto propio de mi cizañoso género, intentaré hoy darles herramientas para que por lo menos logren un empate.

En estas pequeñas islas en donde fuimos una gran familia, las navidades eran momentos de compartir con generosidad todo nuestro esfuerzo, de repartir el pan, el dulce, el pot roast.  Y a los jóvenes les correspondía llevar a los parientes, vecinos, amigos o simplemente conocidos los preparados en la cocina por las expertas manos de madres y abuelas y traer también algo que tenían para dar los que recibían.

Caminar es saludable y si podemos hacerlo sobre la playa con oxigeno puro del mar, mucho mejor. Mientras caminamos en Cocoplum bay, un pescador de los nuestros, tradicional y ya en la tercera edad, camina también la playa buscando ese plateado del cardumen en las aguas próximas para lanzarse con su atarraya a la captura.

La incesante ocurrencia de accidentes de tránsito en San Andrés y Providencia, por desgracia, me ha traído a la memoria algo que leí en un cable internacional hace poco. Se trató de la existencia en un cementerio de Roma de un epitafio curioso, burlesco, de pronto, en la lápida de un hombre que halló la muerte de la manera más absurda por culpa de un conductor imprudente, el cual dice: “Llevaba la vía”.

La eterna juventud siempre ha sido el santo grial de la humanidad, la piel lozana, las piernas firmes, la lucha contra la gravedad, la discordia contra natura que prefiere las formas alargadas de un mango a la redondez casi artificial de un melón.

Las etapas del duelo, fueron descritas por la Dra. E. Kubler Ross, una psiquiatra suizo-americana que basó su vida en aprender a morir, en enseñar a morir y a ver morir.  Describió cinco etapas, hoy frente a los disparos que acallan una lista de nombres y hombres, las leo, las creo, las vivo.