Produce mucha angustia enterarse cada semana que los accidentes de tránsito en San Andrés y Providencia con resultados trágicos, no paran, ni disminuyen. Pareciera que poco han servido las campañas educativas y los operativos de control de las autoridades para reducir la accidentalidad en nuestras angostas calles y avenidas.
O que la testarudez de quienes poseen vehículo, especialmente motocicleta, no tuviera límites. Como si nadie se diera cuenta de lo deshonroso y torpe que resulta no ver y aceptar el peligro que representa para todo el mundo el exceso de velocidad y conducir embriagado.
Creo que esto obliga a repensar la forma como se hace control y vigilancia de la circulación vehicular en las islas. Especialmente en el caso de las motocicletas, que se constituye en el medio de transporte más utilizado por los isleños. Y para eso debemos empezar por reconocer que la seguridad vial no es solamente responsabilidad de la policía y las autoridades civiles de tránsito, sino también de la propia ciudadanía. Quizá en esta última recae el mayor grado de ella, ya que es un acto individual y autónomo decidir manejar o no un vehículo, cuando no contamos con nuestros cinco sentidos en plenas facultades.
¿O es que nos estamos quedando cortos en la tarea de crear conciencia y promover la educación vial entre los conductores y peatones? De ser esto último valdría la pena entonces revaluar la estrategia que se ha estado aplicando hasta ahora para atacar el problema.
No es concebible que a estas alturas de la vida sigamos lamentando tantas muertes por culpa de la falta de políticas claras y acciones efectivas contra el tráfico automotor. O por la resistencia inútil de los motociclistas y demás conductores a entender que existe un orden para transitar por las calles que no debemos transgredir; que no tienen porque convertir su vehículo en un elemento de agresión contra la integridad física de sus congéneres ni contra ellos mismos.
De tiempo atrás, y soy testigo de excepción, se viene trabajando en el asunto pero veo ahora que los resultados esperados han sido esquivos. La gente no comprende, principalmente los jóvenes, que la seguridad vial es un requisito indispensable para la convivencia tranquila, pues cada accidente de tránsito con muerto incluido produce un dolor inmenso y un resentimiento en las víctimas. Y la policía de tránsito no ha logrado poner en cintura, como debiera, a los transgresores de la ley.
El gobierno, o a quien corresponda, debería implementar una escuela de capacitación para los nuevos conductores y otra de rehabilitación para los conductores desadaptados, tanto de motos como de carros; establecer un programa de cultura ciudadana sobre las normas de tránsito y el respeto por la vida ajena que llegue a todo los habitantes en general; castigar ejemplarmente a los infractores, y en especial a los reincidentes; y fijar una reglamentación exclusiva para combatir el desorden con las motos.
La policía, por su lado, debería ampliar sus operativos de control llevándolos hasta las puertas de los bares y discotecas, con el propósito de impedir que las personas bajo los efectos del alcohol tengan oportunidad de subirse a sus vehículos para retornar a casa. O establecer un tipo de retenes móviles, en sitios claves, todos los días de rumba, con el fin de cerrarles el paso a los conductores ebrios o presa de la impaciencia.
Tal vez alguien mejor ilustrado en el tema tenga ideas superiores a estas; sólo pretendo despertar el debate, sano y cordial, sobre el mismo. La inteligencia vial, como dice la propaganda actual del Fondo Nacional de Prevención, no brota por arte de magia puesto que un cerebro vacío del conocimiento acerca de las normas de tránsito no puede entender el respeto que les debe. Y, naturalmente, tendrá menos posibilidades de discernir si conduce bien o mal.
Hay mucho por hacer en esta materia. No podemos seguir dejando que la muerte sobre ruedas impere así. Las condiciones de San Andrés y Providencia no exigen que haya que ir a alta velocidad de un lugar a otro puesto que las distancias son sumamente cortas, si las comparamos con las de las grandes ciudades del país. Y una buena fiesta no debe acabar en un buen velorio. Quien se quiera divertir lo puede hacer sin llevar el vehículo, y guardar para el taxi o pedir que alguien sobrio lo traslade a casa.
Por Nadim Marmolejo Sevilla
COLETILLA: “Un motor proporciona la energía, pero no determina una dirección”
Peter Watson.