La Gaviota quería conocer el Mar, ver el tinte verde vida de sus aguas. La Gaviota quería enjuagar su tierna boca con aguas del azul Caribe en una mañana de sol y playa. La Gaviota quería bañarse toda, de historias bucaneras y ancestrales.
Un día llevada por mamá Gaviota dejó sus campos de trigo y miel, de canto y danzas tradicionales, miró la sierra, se arrulló con el frío de la sabana, saboreó la primavera temprana, llegó a la cima más alta de la montaña y tocó las puertas del cielo.
Allí se abrió una ventana y apareció una carita de ángel. María Camila se sorprendió porque era ella misma y se pregunto:
-¿Por qué te pareces tanto a mi?
Y la carita le respondió:
-Estoy preparando una fiesta, asómate.
María Camila lo hizo y quedo fascinada. En el centro de un gran salón azul, flotando entre querubines estaba ella. Se vio vestida de blanco fascinante, con una corona ciñendo su frente y zapatillas de siete colores como el mar de sus sueños.
Los querubines la condujeron por un amplio pasillo y al final de este le mostraron el mar, bajaron y se bañaron con ella, y jugaron a hacer castillitos frente a la Peatonal.
La llevaron a Providencia y jugó con la Cabeza de Morgan, correteó por el Puente de los enamorados y se envolvió en la bruma radiante de las tardes isleñas, llenas de historias de Piratas y Corsarios que, como si el tiempo no hubiera pasado, siguen vigilando la Mar.
En la noche la devolvieron a tierra firme, a su tierra de tomates, flores, y jazmines. Eran las once de la noche en Santa Fe de Bogotá.
Mama gaviota la recibió con lágrimas en los ojos. María Camila preguntó -¿Por qué lloras mamita?
Su madre respondió: -Es que estoy viendo en tus ojos un brillo celestial y eterno, que me quema las entrañas.
-Pero Mamá, ¿eso es malo?
-No mi amor, es el lenguaje de Dios, glorioso pero inexplicable.
María Camila se durmió entre los brazos de su madre. Sintió que regresaban los querubines, se la llevaron a una especie de paseo mágico, para que viera a sus compañeritos de colegio. Habló con ellos, hizo tareas, jugó a la ronda y se despidió.
Ya en la puerta, entre risas y miradas cariñosas, sus compañeros de dijeron: María Camila recuerda llegar más temprano mañana.
Y ella respondió: no se preocupen que estaré con ustedes para siempre, y se fue a conocer a Dios.