'May’s Garden Fruit Wine' es el vino de uva de torombolo (conocido también como carambolo) y de junebalin, que se produce orgánicamente en Providencia y Santa Catalina con una “fórmula mágica”, como asegura su creadora: May Newball May.
A la fecha muchos sabíamos del bush rum (o bushy), un ron producido por el agricultor Radiga Sjogreen Newball y su familia en ese mismo municipio, pero no de este otro licor de fabricación casera que había acompañado, hasta ahora, únicamente las celebraciones de la familia de esta isleña raizal o de personas muy cercanas a ella.
La providenciana de 75 años (cuyo nombre es igual a su apellido) es auxiliar de enfermería de profesión, pero ya está jubilada. Vivió entre los 10 y los 32 años en Barranquilla, trabajó con el Seguro Social, y luego volvió al Archipiélago, ya casada y con ansias de empezar una nueva vida en su isla natal, donde se desempeñó en el Fondo Intendencial de Previsión Social.
Desde ese día reside en el sector de Lazy Hill y jamás imaginó que estos años los dedicaría al campo y a la producción de un licor tan apetecido por tantos.
Vino, producto de la experimentación
Esta historia comenzó en 2007, cuando un profesor de su hijo le compartió una fórmula para elaborar esta bebida. El joven no le prestó atención pero su mamá sí; tanto, que comenzó a comprar uvas en la tienda, esas que llegaban de Bogotá y de los Estados Unidos, para hacer pruebas con ellas.
“Hice mi primer vino ese año y me salió muy bien, después conseguí junebalin y también quedó rico. En principio lo hacía y lo dejaba ahí guardadito, fermentando, para luego darle a los amigos y familiares; pero no pensé que se pudiera vender”, explicó.
Posteriormente, el alcalde de esa época, Fabio Huffington Britton, probó vino de esa fruta durante una visita de campaña al sector de Lazy Hill; razón por la cual, una vez se convirtió en mandatario, le compró a la señora May varias botellas para un evento oficial y esto la animó a ofrecer el producto entre sus amigos y allegados.
Aun así ella dejó de elaborarlo durante un buen tiempo, hasta cuando un amigo suyo del interior del país, a quien le enviaba el producto periódicamente, le sugirió que continuara con ese emprendimiento. En efecto, retomó el oficio, adquiriendo nuevamente uvas de la tienda y utilizando los frutos del árbol de junebalin, que seguía creciendo generosamente en su patio.
Vino de diferentes sabores
Luego vendría la experimentación con el torombolo, un árbol que tenía también en su terreno pero que nunca imaginó que podría servir como materia prima (en vez de la uva) para producir vino; y sobre todo que gustara tanto.
“Yo nunca había probado torombolo, pero tengo una prima en el extranjero que también tiene ese árbol y me sugirió que probara con esa fruta para preparar mi vino. Ahora éste se sirve también en su mesa, en los Estados Unidos”, comentó la productora raizal.
May indicó que unos meses después, su cuñado le llevó desde Santa Marta una rama (esqueje) de vid: la planta desde la cual se obtienen las uvas. Esta la sembraron ella y su esposo meses antes del paso del huracán por Providencia; estaba muy pequeña cuando ocurrió el suceso e incluso destruyó parte de ella, según comentó la emprendedora.
“Pero después del Iota, creció demasiado y dio bastantes frutos, tanto que cogió gran parte del patio mío y del terreno del lado, hacia donde quedaba el puesto de salud de Lazy Hill. Y las uvas hubo que guardarlas en la nevera, porque eran muchísimas y solo sirven para hacer vino o para jugo cuando están tan verdes”, anotó.
“Cuanto más añejo, mejor”
Con respecto a la preparación del licor, la providenciana dijo que su proceso implica mucha paciencia, dado que obtener un buen producto lleva su tiempo. Recalcó, además, que el vino que está más rápido es el de junebalin, y que el de uva estará listo hacia el mes de mayo, aunque ya tiene algo de fruta en su bodega. Lo anterior, porque su fabricación comprende varias etapas:
“Primeramente lavo muy bien los baldes (de pig tail) poniéndome guantes, y los esterilizo con agua caliente. Luego machaco la fruta con mis manos, la incorporo a los recipientes y pongo la medida de agua y de los otros componentes que necesita la bebida; ahí tapo todo. Luego debo espero un mes a que esto se fermente, abro los baldes para verificar cómo está el líquido y si se está formando el vino correctamente, en su color y olor, o si hay que colarlo y esperar un poco más a que siga fermentando”, explicó.
Después que ha cumplido el debido tiempo, ya se incorpora a las botellas, por unidad, se le adhiere la etiqueta y se puede vender. Por ahora, comercializa los vinos desde su casa, en la medida que tiene fruta y producto terminado... así, de forma pausada, tal y como es el proceso de añejamiento.
“Por ahora no quiero depender de la ayuda del Gobierno municipal, prefiero seguir con mi emprendimiento por mi cuenta. En este momento tengo muchos encargos desde San Andrés, para personas y para restaurantes; así como aquí mismo en Providencia, para mis vecinos y para el restaurante Green & Blue, el que abrió recientemente propiedad de la Cooperativa de Pescadores”, concluyó May.
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(Fotos por: Dean Hyman Archbold)