Entré a la iglesia, la vergüenza me paralizaba, la condena impuesta por el tribunal de mi alma, me había mantenido en un letargo sombrío y aplastante. No era fácil avanzar, apenas logré pasar del último, al penúltimo banquillo._El aire olía a madera vieja, el sonido del coro reverberaba en las paredes, dándole una sensación de eternidad a ese instante.
Todos me miraban, siempre miran. Por curiosidad, por costumbre. Yo, en cambio, creía que en cada una de sus miradas estaba Jesús con sus discípulos: inquisitivos, severos, sentía que les había hecho daño por dejar de ir a congregarme.
Saludé a una de mis primas con un beso, le di la mano a una vecina, también a mi tío, que se encontraba de costado.
Me senté. Decidí, sin titubeos, que tenía que ser como el viento de la tormenta que arrasa porque ya hace parte de ella.
Entonces comencé.
Intenté seguir el ritmo del coro, eran las canciones que me habían vuelto melómano. Alcé primero mi derecha, la encontré templada, luego, con los nervios trepando hasta la punta de mis dedos, empareje la izquierda.
Mis manos se meneaban con fuerza de convicto, estaban duras, casi que paralizadas. En ellas tenía la siembra de mis pecados. Me sentía débil, mínimo, precioso. Diminuto ante el altar que había avergonzado a mis ancestros. Bajaba la cabeza de la misma forma en que mis generaciones anteriores lo habían hecho.
Era uno de los lugares que me colmaban de tranquilidad.
Mientras tanto, soltaba mi vanidad, mi avaricia, soltaba la solemne soberbia que a veces me determina. Era primoroso, el Señor actuando en el cuerpo mundano de un muchacho culpable.
Fue el turno del pastor, fue el turno de quien se deja llevar por la voz del espíritu santo. Se subió al altar, se acomodó las gafas, y miró con los ojos brillosos que Dios le había concedido, a toda su congregación.
Comenzó a soltar palabras en el idioma que habíamos heredado de los ingleses. Su semblante tenía la firmeza de quien cree cada palabra de la que habla.
‘‘Many people follow another ones, but, they not want be like Jesus.’’
-¡Amen!
‘’You’re not find a Bible in not room of them.’’
- ¡¡Amen!!
- ¡Aleluya!
"God is good, ALL THE TIME"
- And all the time, God is good – respondieron los hermanos
Los gritos de júbilo estallaban, la paz se sentía certera, la alegría se podía palpar, había algo en el aire que obraba con firmeza. Estábamos vibrando.
Cuanto había querido volver a casa, al pedazo que arropa la historia de mi historia. Estaba ahí, ante la iglesia que me había dado mi primer indicio de identidad, cuán grande era, y cuan pequeño me sentía, estábamos alineados.
Llegó mi turno, deje caer mis rodillas sobre el piso, las tenía contra el suelo, desplomadas.
Mi cuerpo olía a lágrimas, me sentía reivindicado, victorioso, el arte de la oración se empezaba a consumar.
Hace tiempo que venía orando por costumbre, todas las noches lo hacía en automático. Esta era mi oportunidad.
‘‘Señor, gracias por cada una de las personas que me hacen sentir vivo, por aquellos que siguen recordándome quien soy, aunque a veces, haya estado ubicado en el lado opuesto de la vida. Gracias por todo lo que me das, por todo lo que me quitas. En ocasiones, sentí que mi existencia se desdibujaba, sentí que solamente seguiría descendiendo, sin embargo, hoy tengo la certeza que si no hubiese vuelto a ser vulnerable, no tuviese la dicha de estar nuevamente a tu lado. En el nombre de tu hijo amado Jesucristo, Amén.’’
La única forma honesta de orar, que yo recordaba, era la de escribir todo sobre el papel. Nadie veía lo que le decían mis lápices a mis hojas, nadie más que él lo sabía, se convertía en un acto íntimo y sincero. Las palabras fluían con una pureza que mi voz nunca podía alcanzar.
Mientras escribo, siento que sigo siendo humano... Le doy gracias a mi culpa, aquel puñal certero que me contiene. Le doy gracias a mi dolor, que me mantiene dócil y me arrastra siempre al mismo lugar.
Siempre he sido un hombre de contradicciones, dividido entre lo que quiero y lo que debo. Pero hoy, siento el alivio que solo la redención puede traer.
Estoy aquí…
Gracias, Dios.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.