Contra la pared terminó reventado el muñeco que mi hermana encontró mientras jugaba al pie del_gully. Lo escarbó, lo limpió y se lo llevó a casa, aunque notó que sus facciones no albergaban ternura, sino malicia. Más tarde entendí que se trataba de un fetiche, de los que se siembran en el land de la víctima, al pie de su ventana.
Este recuerdo es un remanente de otros en los que las prácticas mágico-religiosas me abrían los ojos de niña. Aquella osamenta blanca que un grupo de mujeres limpiaba al caer la noche no pudo haber sido una exhumación, como siempre creí.
En casa intentaron atemorizarnos a mí y al grupo de amigas con quienes presencié ese gesto noble: limpiar con paños blancos una osamenta humana. El miedo me acechó solo esa noche; bastó con arroparme bien los pies. Al día siguiente, ya estaba jugando y contándoles a mis amigas que los cráneos exhumados tienen el color del cobre y son tan resistentes como los caparazones de las tortugas carey.
Desistí de una oferta de trabajo en la Divina Providencia. En casa se empecinaron con la idea de que encandilaba a los hombres. Era joven y, por ello, susceptible a rencores. Las mujeres engañadas se endiablan. En los últimos incendios forestales ocurridos en el municipio de Providencia en 2023, se desenterró lo malogrado.
Las prácticas mágico-religiosas forman parte de los imaginarios culturales; posibilitan conocer el mundo y reconocernos entre los otros. Coexisten, como un buen matrimonio, junto a las religiones tradicionales.
Bien me lo enseñó una pareja de Costa de Marfil: él, cristiano; ella, de religión tradicional. Aun así, él salió despavorido mientras recorríamos el Acquario di Genova_en Italia. Cuando nos acercábamos al herpetario gritó: “¡Mal augurio!”, echando marcha atrás. Yo lo que veía era una mamba verde.
En San Andrés, Providencia y Santa Catalina, la religión bautista está presente desde 1830, la adventista desde 1902 y la católica desde 1903. No hay una fecha concreta sobre la llegada del Obeah a las islas, pero su presencia se sitúa a finales del siglo XIX.
Basta con una enfermedad rara en algún hijo, un arranque de locura repentino en una de las mujeres de la familia o una disputa por tierras para recurrir a un obeahman o obeahwoman.
No nací con velo, pero las sutilezas entre lo natural y lo sobrenatural no me son ajenas. Es una herencia de la que no quiero renunciar, o más bien, de la que no puedo.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.