En San Andrés tenemos más o menos 400 años de historia y desde que aparecemos en el mapa, lo hemos importado casi todo. Uno de los mayores bienes que exportamos son los enfermos. Los cálculos siempre se quedan cortos, pero nadie en la isla se puede abstraer de una historia donde se es, se conoce o se tiene un paciente remitido.
Por eso suena tan absurdo que hoy haya quien paga un pasaje de avión para venir a operarse en una isla con los problemas que todos conocemos. ¿Qué podría hacer que alguien en su sano juicio, comprara un tiquete y cruzara el mar para pedir una cita con un médico de acá?
La respuesta es el médico que lo espera. Y bajo los criterios que bien conozco y de los cuales no voy a hacer mención, definitivamente, ese médico no es normal.
Lo normal habría sido estudiar cualquier cosa técnica y quedarse en casa, circulando entre los contratos de la gobernación y la bondad de los conocidos, pero él estudió medicina. Lo normal habría sido que una vez hecho doctor, se quedara anclado a un sistema de salud que no le da al paciente lo que él quería darle, pero estudió oftalmología.
Lo normal habría sido, además, que una vez fuese oftalmólogo se quedara en una gran ciudad haciendo un capital y una familia, jugando los domingos al golf y comiendo ajiaco, pero se especializó en México, en la enfermedad degenerativa ocular más frecuente de su comunidad.
Entonces, lo normal habría sido que –ahora sí– pusiera una clínica en una ciudad sin problemas, pero otra vez se quedó en la isla que lo conoce. Y si como esto no era suficiente, ha recorrido el mundo contándoles a todos las proezas de la cirugía oftalmológica. Parece que cada vez que se le pide a Lyle Newball que sea normal, él encuentra una excusa.
Y parece que la excusa es siempre la misma: ‘mi gente’.
Pero Lyle no sabe jugar en solitario, el arma equipo, y el equipo primario, Ana María, Zack y Lynd, son los pilares desde donde cualquier cosa es posible. El arma equipos de fútbol, de empresa, de fundaciones, arma equipos de todo, para todo. Quién ha entrado a un quirófano con él sabe que no es más que una coreografía donde cada uno tiene un paso fundamental.
Desde donde yo lo veo –y no lo acabo de entender–, tiene una fascinación por los problemas, o quizás por solucionarlos; él da citas en la calle sin contar con la agenda; él promete camisetas y viajes a delegaciones deportivas sin saber cómo las va a comprar, y las compra; se mete en la liga de fútbol, disque para organizarla…
Una vez hasta creyó que podría reconstruir un pueblo. Yo lo he visto dar clases gratis en la universidad y cargar su lamparita para ver viejitos casi ciegos en Providencia. Hoy está nominado al premio Afrocolombianos del año 2024, entregado por diario El Espectador y la Fundación Colores de Colombia en reconocimiento de la sociedad al aporte de la población negra.
Y esto ya es de carácter personal: te lo ganes o no, te veo como el hermano mayor con quien no tengo ningún punto en común políticamente hablando, pero es el que todos necesitamos de nuestro lado. Gracias.
-------------------
Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.