Cumplidos cuatro años del arribo del terrible e indeleble huracán IOTA a Providencia, Santa Catalina y San Andrés, a pesar de los ejercicios, simulacros y otros preparativos adelantados, persiste la apreciación de que buena parte de sus habitantes no están aún concientizados y/o asistidos colectivamente para afrontar eventos de tal magnitud.
Por otra parte, cada vez se conocen más aristas sobre el mentado ‘proceso de la reconstrucción’ en las islas que socavan la confianza en las instituciones despertando a esta altura numerosas sospechas en la sociedad, que la actual administración y las entidades de control están llamadas a despejar con absoluta claridad y prontitud.
Por ejemplo, ‘Transparencia por Colombia’, organización con alianzas globales que lucha contra la corrupción en varias partes del planeta, entregó en días recientes un ‘mapa de riesgos’ y degradación precisamente en el cuarto aniversario de los huracanes que azotaron el Archipiélago en los últimos años: Eta, Iota y más recientemente, Julia.
Entre las conclusiones, se puede evidenciar que existió falta de transparencia en los contratos de obra, en la selección de contratistas y en la presentación de informes de interventoría, "lo cual incrementa la opacidad en la toma de decisiones por parte de las entidades y dificulta que la comunidad realice un adecuado seguimiento al proceso de reconstrucción".
Sumado a esto, el director nacional de la UNGRD, Carlos Carrillo, trinó en su cuenta de X que ‘a cuatro años del Iota el país no dimensiona las proporciones de dicha tragedia…’ Es bien conocida la investigación por corrupción que se adelanta al interior de esa entidad y posiblemente en Findeter, catarsis propiciada en buena parte por esta administración.
Pero atención: el impacto devastador de estos fenómenos contemporáneos no solo se mide en infraestructura, sino también en la pérdida de vidas. Las lecciones aprendidas son numerosas y urgentes, y es imperativo que se conviertan en un impulso para mejorar la preparación y respuesta ante estos desastres.
Así las cosas, desde las islas –mientras se dilucidan los entramados de la metrópoli– hay que seguir dando la batalla con las herramientas locales. Esto es continuar con la valiente y solidaria actitud de sus habitantes que a pesar de la bestial destrucción de su entorno se armaron de coraje y heroísmo sobrellevando traumas pavorosos para reconstruir el tejido social.
Un tejido que nos remonta a casi cuatrocientos años, cuando en 1629 arribó el barco Seaflower a Providencia marcando un hito en la historia del Pueblo Raizal. De allá para acá, mucha agua, tormentas y huracanes, forjaron una cultura profundamente creyente, valiente y fraternal. Héroes anónimos de carne y hueso que dieron, y siguen dando, su vida ante la adversidad.