Desde su creación el 10 de noviembre de 2000, la Reserva de Biosfera Seaflower fue estructurada por un equipo comprometido y mentalizado en las entrañas de la Corporación para el Desarrollo Sostenible de San Andrés, Providencia y Santa Catalina (Coralina), que trazó una ambiciosa carta de navegación: científica, pormenorizada, sostenible y esperanzadora.
De movida se trató de infundir el espíritu de la Reserva de Biosfera a todos los niveles de la población con campañas pedagógicas y mensajes irrigados en diversas capas sociales de manera transversal, buscando abrir mentes y corazones a la nueva realidad que suponía este estatus honorífico otorgado por las Naciones Unidas a través de la Unesco.
El tiempo fue pasando y a medida que el mensaje enamoraba a buena parte la población isleña y raizal, es un hecho notorio que en diversos niveles de la sociedad –sobre todo en San Andrés– su contendido no logró calar en forma global y necesaria, generando al menos indiferencia en sectores cercanos al extractivismo turístico y comercial.
De allí para acá el contrapunteo inevitable entre unos y otros permanece casi incólume incluyendo a no pocos que navegan a dos aguas tratando de acomodarse al vaivén de las olas en un remolino caótico que lleva al archipiélago cada vez más a un ‘paraíso’ saturado de todo: población, vehículos, construcciones, ruido. . .
Referentes históricos de Coralina reconocen este último aspecto al punto de reseñar en sus declaraciones –con motivo de un nuevo aniversario– un sentimiento agridulce en materia de logros alcanzados durante los casi cinco lustros de vida de esta condición llamada a ser la hoja de ruta de un maritorio sublime y excepcional. A pesar de todo.
Mención aparte merecen los pescadores artesanales y los campesinos ancestrales de las tres islas quienes desde tiempos inmemorables vienen surcando –esos sí– contra viento y marea, los desafíos naturales y humanos que la historia de este mitológico Mar Caribe les puso y les sigue poniendo por delante con sus furias colosales.
Así las cosas, un número creciente de proyectos de energías limpias; restauración de arrecifes y manglares; propuestas culturales y de educación ambiental; crecen y se multiplican. Son fórmulas reales, palpables y sustentables que se pueden verificar enfrentando a la crisis climática que, desde luego, también afecta y con vehemencia a las islas.
Como un mensaje en botella que busca su destino, la Reserva de Biosfera Seaflower ha sido y seguirá siendo el modelo a implementar para enderezar siempre la ruta de la Nave Archipiélago, una verdadera carta de navegación que hace tiempo y en muchos lugares viene enseñando el camino limpio y sostenible. El camino que nos merecemos.