En los primeros años de dos siglos, el XX y el XXI, la humanidad parece atrapada en un espejo donde se reflejan patrones similares. Entre pandemias, crisis económicas y conflictos bélicos, el mundo recorre caminos conocidos y plantea una pregunta inevitable: ¿estamos destinados a reproducir nuestra historia, o acaso podremos escapar de su sombra?
Ambos siglos enfrentaron pandemias devastadoras. La Gripe Española en el XX y el COVID-19 en el XXI desnudaron la vulnerabilidad humana y enfrentaron a figuras como el doctor Carlos Finlay y el doctor Anthony Fauci no solo a el virus, sino también a la ignorancia. Estos paralelismos nos llevan a cuestionar si hemos aprendido a prevenir, o si solo esperamos la próxima tragedia.
La economía, ese pilar fundamental, tambaleó en ambas épocas. La Gran Depresión de 1920-21 y la crisis de 2008 marcaron a generaciones y enfrentaron a pensadores como John Maynard Keynes en el XX y Ben Bernanke en el XXI a la tarea de estabilizar economías en colapso. Aunque las herramientas han evolucionado, el ciclo de aumento y caída persiste, dejando latente el temor de un futuro colapso.
Este espíritu de fragilidad y opulencia se refleja también en la literatura. En los años veinte, 'El Gran Gatsby' de Scott Fitzgerald retrataba la decadencia de una sociedad atrapada en su propio brillo. En la reciente 'La Vegetariana' de Han Kang, Premio Nobel 2024, se explora la alienación y desconexión en una sociedad igualmente febril.
Ambos textos, aunque lejanos en el tiempo, exploran los vacíos que emergen en una sociedad en tensión, revelando las contradicciones de sus épocas. Mientras el expresionismo y el surrealismo del XX rompían normas y exploraban lo irracional, en el XXI el arte digital y las instalaciones abordan la identidad y la conectividad, reflejando una sociedad atrapada entre el individualismo y la colectividad virtual.
En política, persiste el auge de movimientos autoritarios y populistas. Mussolini en el XX y Trump en el XXI reflejan ideologías que explotan el descontento, el paralelismo entre Stalin y Putin ilustra esta repetición histórica. Stalin, con su régimen férreo y Putin, a través del control político y militar, reflejan la ambición de dominio y el poder absoluto en distintas épocas, sugiriendo que, aunque cambien las herramientas, los impulsos de control y expansión persisten.
La pregunta de si repetiremos la historia queda flotando. Entonces, ¿estamos cocinando las figuras radicales de un nuevo siglo? ¿Habrá ya un joven rechazado de alguna academia de arte, cargado de resentimiento, que un día se convertirá en la personificación del odio y la destrucción, como quien lideró el Holocausto?
¿Estamos sembrando las semillas de futuras catástrofes, moldeando sin saberlo a quienes pondrán en riesgo los cimientos mismos de la civilización? Nos encontramos entre la voluntad de cambio y una inercia hacia el conflicto. Quizás, la verdadera evolución no esté en las armas o la tecnología, sino en el valor de aprender de nuestros errores.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.