Jesús continúa la formación de sus discípulos. En este domingo quiere que descubran el verdadero tesoro, la perla preciosa a la cual hay que gastarle la vida e invertirle todos nuestros bienes intelectuales, espirituales y materiales. Ese tesoro es el reino de Dios y para poder heredar la vida eterna se requiere de sabiduría, pero no cualquier sabiduría…
Se trata de la sabiduría del corazón. La sabiduría siempre será muy valorada y anhelada por las personas que buscan a Dios. Dice el texto bíblico: “no la equiparé a la piedra más preciosa, porque todo el oro ante ella es un poco de arena y junto a ella la plata es como el barro” (Sab 7, 8ss)
El joven rico anda buscando esta joya, por eso va a donde el Señor y le pregunta: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” (Mc 10, 17) El joven pregunta movido por el deseo de ser sabio, sólo que está inmerso en la lógica humana de asegurarse casa y bienes en este mundo, como la manejan muchos hoy; en tanto, Jesús está convencido que «este mundo es solo un puente: debemos pasar por él, pero no construir nuestra casa sobre él». El joven goza de sabiduría humana, mientras que Jesús habla desde la sabiduría del corazón.
Cuentan la historia de un turista que estaba de paso por la ciudad de Varsovia, Polonia. Entonces aprovechó para concertar una cita con un rabino famoso por su sabiduría. Cuando llegó al hogar del rabino, el turista quedó asombrado al notar la sencillez de la casa y el poco mobiliario: una sola habitación con una mesa, una silla, una pequeña cama y muchos libros. No pudiendo ocultar su asombro, preguntó:
- Rabino, ¿dónde están sus muebles?
- ¿Dónde están los suyos? —respondió el rabino.
- ¿Los míos? —respondió sorprendido el turista—. Solo estoy de paso.
- Pues yo también estoy de paso —replicó el rabino.
Podríamos decir que la lógica humana se enmarca en el concepto de que nuestra existencia se agota en este mundo y tenemos que acumular para asegurar; mientras que la sabiduría del corazón se fundamenta en que vamos de paso, por lo cual vamos sin afán de acumular. Esta es una manera muy apropiada de describir nuestro por el mundo. Necesitamos de la sabiduría del corazón para entender mejor nuestro paso por el mundo.
La sabiduría humana tiene su centro en la búsqueda de las riquezas; ese afán ocupa la mente y el corazón; Dios y los demás, aunque no son negados, tampoco son la razón de ser ni de vivir. Jesús propone al joven que venda todo lo que tiene y lo de a los pobres; eso para la gente si fe es una locura; para quienes son creyentes no convencidos es un acto de heroísmo, pero para quienes gozamos de la fe es un salto de calidad hacia la santidad. La sabiduría del corazón es a veces humanamente incomprensible, es poner a Jesucristo y a los pobres en el centro de todas nuestras aspiraciones.
La fuente de la sabiduría humana la encontramos aquí en el mundo, fruto de la experiencia o del conocimiento de las cosas de aquí abajo; y hay personas con mucha sabiduría humana, brillantes en diversos campos del saber. La fuente de la sabiduría del corazón está en el conocimiento de Dios, y no se consigue por vía del estudio, sino que es un regalo de Dios. Para alcanzar esa sabiduría que viene de lo alto, es indispensable la oración. Dice el escritor sagrado: “Supliqué y me fue dada la prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría” (Sab 7, 7). Por eso que Dios es quien puede conquistar el corazón de una persona que posee muchos bienes e impulsarla a la solidaridad y a compartir con quien está necesitado, con los pobres; Dios es quien nos permite entrar en la lógica del don, y situarnos en el camino de Jesús, quien siendo rico se hizo pobre por nosotros. Testimonios de esto son los muchos santos a lo largo de la historia.
La fuente principal de la sabiduría del corazón es la Palabra de Dios. De esto está convencido el autor de la carta a los Hebreos cuando afirma: “La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos” (Heb 4, 12s). Del amor de Dios brota la sabiduría del corazón, aquí está la única razón de vivir. Por eso quien goza de esa sabiduría tiene mirada compasiva, corazón humilde, es un servidor alegre y desinteresado, y da testimonio del amor de Jesús a los más pobres. Cuando la sabiduría humana y la sabiduría del corazón se juntan, podemos decir que estamos de frente a una persona sabia y santa.
La sabiduría humana se hace visible en la acumulación de riquezas materiales; la sabiduría del corazón se hace visible en el cumplimiento de los mandamientos de la ley de Dios y en la donación de la vida. Dar nos hace sabios y felices, porque hay más alegría en dar que en recibir. Comprobamos en este joven que, aunque era rico le faltaba el sentido pleno de la vida y la verdadera alegría. Quien renuncia a sí mismo y a sus bienes por el reino de los cielos, aparentemente pierde mucho, pero en realidad lo gana todo. El corazón del joven no logró despegarse de los numerosos bienes que poseía. Jesús no dice que las riquezas sean malas en sí mismas; son malas cuando nos alejan de Dios y nos vuelven indiferentes ante lo pobres; en cambio, son buenas si se emplean para ayudar a los pobres y por ende nos aproximan al amor de Dios. La sabiduría del corazón se hace visible también en una vida bien llevada, como dice el salmo: “enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato”. (Sal 89)
Podemos concluir diciendo que la sabiduría del corazón nos hace seguidores del Señor y obreros de su reino. Esta sabiduría nos desacomoda porque nos saca de la lógica meramente humana de acumular y de construir sobre el puente. La sabiduría del corazón nos despoja porque nos hace comprender que no necesitamos muebles ni riquezas, pues vamos de paso y que lo mejor es vivir donándose porque eso produce vida y felicidad. Estos son mi madre y mis hermanos, los que han adquirido la sabiduría del corazón y comprenden que «este mundo es solo un puente: debemos pasar por él, pero no construir nuestra casa sobre él».
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.