Existe una verdad de a puño en la historia de San Andrés: los formuladores de políticas sociales y económicas locales fueron personas que desconocían la historia insular y decidían desde afuera lo que era bueno para la población. Es decir, imponían fórmulas que tenían como objetivo lograr los resultados que ellos querían.
Esto produjo, como es evidente hoy día, una migración continental intensiva, que derivó en sobrepoblación y en la sobreexplotación de los recursos naturales. Lo que a su vez trajo como consecuencia la transformación de la isla en un espacio similar al que se avizora en la popular canción del Gran Combo de Puerto Rico: No hay cama pa' tanta gente. Es decir, les cambiaron el rumbo de la historia.
En buena medida, esta situación es la que ha dado origen al desencuentro social que está repercutiendo actualmente en la seguridad para habitantes y turistas, dada la escasez de empleo bien remunerado y demás oportunidades de escalamiento social y económico para todos.
La planificación social ha brillado por su ausencia y se ha usado en gran medida para beneficio (económico y político) de los formuladores de políticas, sus amigos y partidarios.
Por lo tanto, se puede advertir que en la planificación social se asientan las bases del porvenir de una comunidad. Sin saber qué rumbo tomar, la población estará siempre a merced del azar o de los caprichos e intereses de los políticos, gobernantes de turno, y la delincuencia organizada.
De manera que si la comunidad isleña no hace ahora planes consensuados y concienciados a futuro, no sabrá hacia dónde va. Esto lo saben muy bien los navegantes de mar, cielo y tierra.
¿Cuándo es apropiado el cambio de política social?
Cuando un problema ha alcanzado proporciones críticas y es obvio para todos que se debe hacer algo. Ese es el caso actual de San Andrés. Son evidentes la alta densidad poblacional (2280 habitantes por km2, en promedio, según cifras oficiales), el impacto brutal contra el medio ambiente del turismo masivo y de bajo gasto, la sobreexplotación y contaminación de las aguas subterráneas, la sobreexplotación pesquera (ahora con 75.000 km2 menos de mar territorial), una criminalidad espantosa, etc. Problemas todos graves, que penden sobre las cabezas de todos como la espada de Damocles.
Lograr cambiar este rumbo requiere de la experiencia y las lecciones aprendidas, al igual que de las capacidades y habilidades humanas existentes en la isla para ejecutar los planes que se diseñen. Por lo que es absolutamente crucial que en la planificación social participe todo la comunidad, en general, con argumentos claros y válidos, sin xenofobia, y una voluntad real de ir tras las soluciones.
La moraleja de las actividades realizadas durante la segunda mitad de septiembre pasado (Feria del Libro, Ethnic Roots, parte del Green Moon Festival) es que en la isla hay conciencia de la historia propia y de la necesidad sacarla a flote, y quizás sólo se necesiten apoyo financiero y/o político del poder central.
La implementación de una economía verde, por ejemplo, se presenta como la alternativa más conveniente. Pues, mediante políticas que garanticen un desarrollo en equilibrio con la naturaleza, la reparación del tejido social, el mejoramiento de la salud empresarial, de los emprendedores y la comunidad en general, se podría avizorar un desarrollo social y económico acorde con el entorno natural.
Bien vale la pena citar aquí al matemático israelí Phil Rabinowitz, para llamar la atención en tal sentido, cuando señala que "la planificación social puede ser un medio efectivo de organización y desarrollo comunitario y de cambio político, si se inicia con una actitud de camaradería con la población. Y con posibilidades de que tenga resultados positivos a largo plazo y si se convierte en un proceso incluyente y participativo".
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.
