La salida de cada isleño a trabajar afuera le roba a las islas una parte de su historia y de su futuro. Muchas veces salen en recompensa por su profesionalismo, pero generalmente son empujados a destierros a veces dolorosos por la falta de oportunidades laborales y por necesidades económicas.
Cada salida es una pérdida insuperable, afecta el urgente y necesario cambio político generacional e incentiva la contratación de no isleños. Nuestra generación debe mirar en el ‘looking glass’ para analizar la fuga y buscar formas de moderarla. Tenemos la obligación de dejar un mejor futuro a las nuevas generaciones.
Es grande el desafío de asegurar que el talento isleño se quede en las islas. No siempre será posible porque muchos obtendrán mejores sueldos en el resto del país y en el exterior. Y aunque la ley obliga a la economía y las instituciones a darles prioridad en el empleo, no pueden ofrecer trabajo a todos porque la sobrepoblación genera una saturación de oferta de mano de obra. Todo agravado en que se burla la ley de control poblacional.
Pero es necesario atender la inseguridad laboral de los cientos de isleños jóvenes que cada año se gradúan, que necesariamente incluye fortalecer los controles poblacionales. No se trata de desatar una narrativa deslegitimadora contra la contratación de afuera, que a veces es necesaria, pero es indispensable darles prioridad a los isleños. Para eso está la OCCRE pero desde su creación hace 33 años la población se ha duplicado o posiblemente triplicado. Debe ser reformada con urgencia y el lobby raizal debe ser el principal catalizador.
El principal factor de fuga es la falta de oportunidades laborales con los principales empleadores, los sectores hotelero y público. El sector hotelero no absorbe suficiente gente altamente capacitada (y tenemos mucha) por eso la alternativa es el sector público. Pero acceder a un puesto o contrato público es matricularse en un grupo político, lo cual crea tribalismo y clientelismo que muchos jóvenes profesionales rechazan porque vuelven con una mentalidad de cambio y no quieren ser parte del continuo hundimiento en virtud de la política.
Ello refleja otro problema de fondo: las instituciones y la clase política isleña generalmente cruzan la línea entre la preocupación por los problemas y la irresponsabilidad, con constantes resultados fallidos que desde luego encubren con una retórica de triunfo. Y exhiben una alarmante falta de voluntad para escuchar argumentos alternativos como la de los jóvenes. A pesar de que el sector turístico aún tiene mucha confianza en las islas (aunque contrata más de afuera que el sector público), gran parte del futuro depende de que las instituciones y los empleados se comporten decente y adecuadamente.
Por eso la clase política, que casi nunca termina alineada con las prioridades o la dinámica de las necesidades, tiene un reto de convencer a muchos de no irse y lo puede hacer forjando oportunidades. Se aproxima otro periodo electoral y muchos jóvenes estarán atentos por ver las propuestas. Están hastiados de una constante y pletórica diarrea verbal política o promesas sin intenciones de cumplir.
El poder juvenil
Es importante que los que no se hayan ido o no piensan irse asuman una mayor responsabilidad hacia el futuro de las islas, su futuro, con sus acciones y una narrativa y coyuntura política que ellos deben controlar. Es necesario un mayor activismo de los jóvenes en asuntos políticos y sociales.
Porque desde lo institucional nada se observa y exhibe más preocupación en que no caigan los jóvenes en malos hábitos que en encauzarlos hacia un futuro esperanzador.
El poder del activismo juvenil es evidente a través de la historia, más recientemente en Colombia con el movimiento estudiantil que dio inicio al proceso que nos otorgó la Constitución de 1991.
Mientras desde lo institucional parece haber un temor a cualquier acción que incentive ese activismo, hay indicios de que ya tiene una dinámica propia en las islas. La poderosa presencia de muchos jóvenes en dos eventos recientes de literatura y teatro, auguran una mayor concientización y compromiso juvenil con sus islas.
Ello envió un poderoso mensaje de una intersección factible y una combinación dinámica de creatividad y activismo frente a nuestros problemas ambientales, sociales, culturales, lingüísticos, urbanísticos, de seguridad, de salud pública, y muchos más.
El evidente énfasis en los vínculos entre los derechos humanos y la crisis climática y cultural podría llevar a algunos a involucrarse más en activismos climático, cultural, étnico, y político. Necesitamos una nueva Greta Thunberg isleña y figuras políticas y sociales progresistas.
Seguramente llevaron a sus casas y a sus clases la severidad de los mismos. Seguramente muchos se convencieron de que la narrativa y el principal mensaje de las presentaciones son convertirse en solucionadores de problemas, en activistas del cambio, alzando sus voces, porque la inacción los pone en riesgo.
Los eventos fueron memorias de esperanza y de resistencia. Esperamos que aprovechen la voz que forjarán a través de los libros que adquirieron, las tertulias que escucharon, las obras de teatro que vieron, para analizar y utilizar la narración como una herramienta poderosa de convicción y poder, una crítica a la inacción negativa y la generación de acciones positivas.
Pero no puede uno dejar de pensar cuántos de esos jóvenes ávidos de literatura, teatro y conocimiento buscarán futuro en otros lados, o cuántos tendrán que pagar con su salida el precio del fracaso de nuestra generación que les deja unas islas con menores oportunidades que las que nosotros tuvimos.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.