San Andrés casi no tiene librerías. Esto representa un vacío enorme. Salir en la búsqueda de un libro en la isla puede resultar igual que buscar una aguja en un pajar. Ello implica efectos que reducen considerablemente el acceso a los libros. Tanto a sus habitantes como a los turistas que quisieran hacer turismo literario.
(A propósito de esto último, Lisboa, la capital de Portugal, tiene 41,6 librerías por cada 100.000 habitantes, que son referentes de sus atractivos turísticos). En Oporto, por ejemplo, Livraria Lello es conocida como la librería de Harry Potter. Se dice que la escritora J.K. Rowling se inspiró en este lugar para crear algunas de las tiendas del callejón Diagon. Y la visita tanta gente, que han empezado a cobrar la entrada).
Esta situación de San Andrés conlleva demasiados problemas a la hora de intentar construir el hábito de la lectura, sin duda. Una librería a corta distancia constituiría para los promotores de lectura una mina de oro y una alternativa deliciosa para los isleños en su tiempo libre. Hoy día para poder adquirir un libro hay que salir a comprarlo fuera del territorio insular. Y no todo el mundo lo puede hacer cuando lo quiera.
Es como si el pescador se quedara sin el mar o el río. Si el amor o la amistad, que necesitan de la cercanía de la personas para vivirse plenamente, les cerraran el camino para estar juntos.
Aunque no se explica que la existencia de librerías en el territorio continental del país, haya sido un factor determinante en el pequeño aumento del índice de lectura de los colombianos mayores de 18 años, que pasó de 2,7 en 2017 a 3,5 en 2023, en promedio, según el estudio ‘Hábitos de lectura, asistencia a bibliotecas y compras de libros 2023’ de la Cámara Colombiana del Libro, las personas encuestadas indicaron que los lugares habituales de compra de los libros fueron las librerías físicas, con 58%. Seguidas de las que se encuentran en la calle, con el 32%; las ferias del libro, con 25%; los supermercados, con el 14%.
San Andrés ni siquiera fue tenida en cuenta para este estudio.
Por ello, el acontecimiento de la FILSAI simboliza la resistencia de los isleños a no permitir que la distancia de los libros sea causa de su olvido. Una rebeldía que pretende borrar la frontera con la que tropiezan cada vez que sienten ganas de salir a buscar un libro.
En el fondo, la FILSA es la gran revolución que derriba el muro que los separa del resto del mundo de la literatura. La que pone la mesa para que dialogue el mundo de las islas con esos otros mundos que vienen en los textos literarios. Es la excusa perfecta para viajar a la tierra de las letras sin tener que salir de casa.
De ahí que la FILSAI tiene que llegar a ser una empresa que todo los isleños deben tomar en serio. Su permanencia en el tiempo es vital para que las nuevas generaciones no crezcan con la idea de que las lanchas rápidas go fast son las únicas alternativas de "cambiar de rutina".
Sería admirable entonces que la FILSAI profundice sus raíces y se convierta en un evento tan tradicional como el rondón lo es para la gastronomía insular. Su permanencia en el tiempo tendrá, al menos, un efecto amortiguador (cuando la vea en el calendario de cada año) del insaciable deseo de leer que ataca a los amantes de la lectura.
"Los jóvenes están desasistidos de la historia. Como recién aparecidos en el mundo. Y eso es grave", ha dicho la escritora española Soledad Puértolas. Sin la FILSAI, los jóvenes de las islas lo estarán también (si no es que lo están ya), pensamos en esta esquina de EL ISLEÑO. Por esta, y otras razones, hay que seguirla apoyando, claro está, con más y más vigor…