El lunes en la mañana volví al colegio. Y aunque no era el mío, no hizo falta que supiera como llegar a la biblioteca, hay un hilo conductor entre los lectores y las bibliotecas. Después me llevaron, ahora sí, tomada de la mano, a la sala de informática, ahí sería el taller que daría para la Feria del libro de San Andrés y Providencia (FILSAI).
El taller se llama ‘Del chisme al cuento’ y ya lo he dictado varias veces. El público ha sido variado, desde personas de la tercera edad hasta adolescentes, pero casi siempre han sido jóvenes. Me gusta empezar por lo que nos es común a todos: chismear. La oralidad como característica humana, la palabra como encuentro, el chisme como método.
Desde ese lugar, y casi sin que el espectador lo perciba lo voy metiendo en la estructura del cuento: los personajes, el conflicto, el nudo, los posibles desenlaces, y antes de que puedan darse cuenta, muchachos de menos de veinte 20 años, están planteándose la tridimensionalidad de protagonistas, estructurando problemas complejos, buscando caminos para resolverlos, están haciendo literatura.
Jamás he sido decepcionada por la capacidad para crear que encuentro en esta tierra. Pero esta vez, me quedé sin palabras.
Hacíamos la construcción de un personaje, la dimensión física, la prosopografía si vamos a la palabra técnica. Les pedí que describieran los ojos verdes. En el fondo del salón se oyó una intervención. Todavía no levantaba la mirada y parecía entretenerse con su teléfono, entonces sentenció: “Ella tenía los ojos verdes, mas verdes que el viejo de la tienda”.
Me tuve que sentar. No todos los días alguien crea una historia en trece palabras. No tuve dudas, pude saber que tan verdes eran los ojos, cuantos años tenía, como era el hombre, cuantas excusas había dado ella para no ir a la tienda, entendí su miedo y la forma en la que él la miraba.
No había una violencia explícita, pero había un juicio, había un reclamo a todos los que la dejaban estar con sus ojos verdes bajo la lupa del viejo. El relato era impecable.
La muchacha que lo dijo –y que aún no lo sabe– será escritora. Yo lo vi, lo escuché, fui testigo, el día que en Brook Hills Bilingual School, se dio a luz una enorme estrella.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.