La Palabra de Dios es fuente inagotable de sabiduría, por eso acudimos a ella que nos enseña cómo seguir los pasos del Maestro. Quiero referirme en esta reflexión dominical al puesto que debemos ocupar los discípulos del Señor en relación con él que es nuestro Maestro.
Esto porque somos tan atrevidos que queremos ponernos al frente de Jesús para indicarle lo que él debe hacer; esto sucedió con Pedro, quien “se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero Él se volvió y, mirando a sus discípulos, increpó a Pedro: “¡Ponte detrás de mí, Satanás!” (Mc 8, 27). Nuestro puesto es detrás de Jesús, él es el Maestro, él es el camino, la verdad y la vida. Cuando esto lo tenemos claro lo seguiremos de manera correcta.
Cuentan que “se acercó alguien a un discípulo del gran místico musulmán y le dijo:
- ¿Por qué tu Maestro oculta sus milagros?
- Personalmente he recogido datos que demuestran, sin lugar a dudas, que él ha estado presente en más de un lugar al mismo tiempo; que ha curado enfermos con el poder de la oración, aunque él diga que ha sido obra de la naturaleza; y que ha socorrido a muchas personas en apuros, aunque luego lo atribuya a la buena suerte de dichas personas.
- ¿Por qué lo hace?
- Sé perfectamente de lo que me hablas, respondió el discípulo, porque yo mismo lo he observado. Y creo que puedo responder a tu pregunta. En primer lugar, al Maestro no le gusta ser objeto de atención. Y, en segundo lugar, está convencido de que, una vez que la gente manifiesta interés por lo milagroso, ya no desea aprender nada de verdadero valor espiritual".
Esta sencilla historia nos permite aprender una profunda lección. Una vez que la gente manifiesta interés por lo milagroso, por lo fácil, por aquello que no implica sacrificio, entonces ya no desea aprender nada de verdadero valor espiritual. Esto es lo que sucede con Pedro. Cuando Jesús instruye a sus discípulos acerca de su misión, dice con claridad: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día” (Mc 8, 31).
Uno de los mayores males del narcotráfico que campea entre nosotros es que ha creado una “narco mentalidad”; ha quedado en la mente de muchos la idea de riqueza, prestigio, triunfo y poder de manera fácil, abundante y rápida. Esta mentalidad invade la sociedad, y permea la vida laboral, social, intelectual y hasta la vida espiritual. Es el caso de Pedro que, aunque en un primer momento reconoce a Jesús como Mesías, en seguida deja ver su mentalidad errada al buscar un Salvador sin cruz, un cristianismo sin entrega, una corona de gloria sin sacrificio, una fe sin cambio de vida ni compromiso social.
Jesús sale al encuentro de esta mentalidad, que como sabemos, no es solo de Pedro, sino de todo ser humano, desde el más pequeño hasta el más viejo. Para quien quiera seguir a Jesús, él pone cuatro condiciones. La primera es ponernos detrás del Maestro. Jesús es el Hijo del Hombre, es el Mesías Salvador, es el que señala el camino hacia Dios. Un buen discípulo no va ni delante ni al lado del Maestro, sino detrás de él, siguiendo sus pasos, recogiendo su sabiduría, recorriendo los caminos por él trazados. El buen discípulo reconoce su limitación humana, su realidad de pecado, por eso, con humildad se pone detrás del único que lo puede salvar, como Isaías, quien dice: “Mi defensor está cerca, ¿quién pleiteará contra mí?... Miren, el Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará?” (Is 50, 9).
La segunda condición es negarse a sí mismos; lo cual implica abandonar las ideas propias y puramente humanas, como las de Pedro, que son contrarias al plan de Dios, tales como el deseo de triunfo y de poder, para apropiarnos de los pensamientos y deseos del Señor. Negarse a sí mismo es dejar de pensar en el bienestar personal para aprender a pensar en el bien de los hermanos. Negarse a sí mismo es no es anularse, sino entregarse totalmente y sacar lo mejor que tenemos, para entregarlo como regalo a Dios y a los demás.
La tercera condición es tomar la cruz. La cruz es el signo del compromiso y de la entrega generosa por los demás; significa asumir lo que a nosotros y a la sociedad nos hace sufrir, como la pobreza, la enfermedad, la injusticia, el desamor y echarlo sobre los hombros para tratar de encontrar solución. El objetivo no es solo cargar la cruz sino redimirla, es ayudar a que se produzca un cambio redentor. El nazareno no es un derrotado en la cruz, sino un vencedor que da la vida para producir una vida superior. Es lo que nos pide el Apóstol Santiago: “la fe, si no tiene obras, está muerta por dentro… muéstrame esa fe tuya sin obras, y yo con mis obras te mostraré mi fe” (Cfr St 2, 14 - 18).
La última exigencia es la consecuencia de la anteriores; si ya nos hemos puesto detrás de Jesús, si nos hemos negado a nosotros mismos, si hemos tomado la cruz, ahora sí, “sígueme”. Seguirlo es estar dispuesto recorrer el camino que Jesús recorrió y asumir lo que él asumió. Es tener la valentía de enfrentar el mal hasta doblegarlo, aunque implique donar la vida, como lo hizo el Señor.
Estos son mi madre y mis hermanos los que dejan a un lado el interés por lo milagroso y fácil que impide aprender nada de verdadero valor espiritual, y se ponen detrás de Jesús, se niegan a sí mismos, toman su cruz y lo siguen con la intención de ayudar a que el mundo sea mejor, como lo hizo María Santísima.
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