Cuando pensamos en templos, casi siempre pensamos en esos que enaltecen el espíritu, pero existen desde el principio de los tiempos, desde que los humanos nos hicimos consientes de nuestra dualidad de cuerpo y alma, templos también para lo mundano.
Nos acostumbramos a acicalar nuestros trajes de carne como si fueran obras de arte que traíamos pegadas, con una necesidad casi incoherente por distinguirnos y al mismo tiempo hacernos clan. Desde las marcas en la cara tribales, hasta el delineado de los ojos egipcios, siempre hubo y siempre habrá, lugares donde la estética de lo mortal encuentra un sitio de acogida.
Hoy son las peluquerías y las barberías, sitios de encuentro donde se rinde uno a la tiranía de la estilista o de el barbero, que desde tronos de poder ilimitado, designan lo que se ve bien y que no, que se ajusta a los cánones de la moda actual y lo que es signo de que sigues atado a tiempos donde la lozanía era mas evidente.
En estos lugares, se pueden conseguir, como en los templos, espacios designados para la confesión de los pecados, el lavado de la cabeza (y a veces también de los cerebros), la bendición de las manos y la purificación de los pies; son ambientes de acogida donde a todos los niveles de la pirámide social, hombres y mujeres encuentran un tiempo para sí, para emperifollar el traje que se nos envejece ante los ojos.
Nos encontramos con desconocidos que exhiben sus canas, sus miedos y sus pelos en mala posición, donde las miserias se vuelven hermosas y de donde salimos un poco más preparados para buscar el amor, o al menos la aceptación de nuestros iguales.
Parece algo superficial, algo frívolo, un gasto innecesario en tiempos de crisis, o un motivo insulso para suspender lo que la sociedad designa como, pero hay algo de ocio espiritual en los rituales que nos embellecen, hay procesos que nos vinculan por nuestras razas, nuestros peinados o nuestros objetivos simples.
El arte de hacernos arte, de gustar, de sentirnos bellos no es menor, no se debería desconocer: plantea interrogantes sobre roles de género en una sociedad que se los pregunta más que nunca, donde se discuten los problemas grandes y chicos de la comunidad.
Son lugares en que, por ejemplo, el agua importa, el precio de la electricidad se habla, donde aparecen temáticas de las que se podrían dar cátedra. Las peluquerías son ágoras tácitas que no deberíamos menospreciar.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.