Los servicios públicos básicos como el agua potable y la energía eléctrica son fundamentales para el desarrollo social sustentable y el mejoramiento de los niveles de la calidad de vida de las comunidades. Eso lo sabemos bien y aún más en la isla de San Andrés.
Pero es notorio el hecho que donde no se ha podido garantizar la adecuada y eficiente prestación del servicio de agua potable, en especial, en términos de continuidad, nivel de inversión en expansión y cobertura, pareciera no tener dolientes en el gobierno, ni en la misma comunidad.
El desdén que muestra buena parte de nuestras comunidades por la política y el ejercicio del poder público, así como la indiferencia hacia el modo en que se evade el cumplimiento de las leyes por parte de los gobernantes de turno, ha traído como consecuencia que estos lleguen a administrar sin vigilancia efectiva de la comunidad y lo hagan libremente sólo para los de su séquito.
De ahí que sea perenne observar la complacencia de una buena parte de la sociedad con los corruptos, en especial de la propia cuerda, y su repulsa a los que alzan la voz para denunciarlos. Como si no les doliera el bolsillo por tener que pagar puntualmente un precario (o inexistente, a veces) servicio de agua potable.
Son estas actitudes las que también bloquean el crecimiento colectivo y el objetivo de alcanzar una mejoría efectiva en la calidad de vida general.
Las pocas acciones para tratar de resolver tales problemas no pasan de ser paños de agua tibia de los funcionarios a cargo o actos solitarios de valentía de unas cuantas veedurías ciudadanas o personas del común. Por esta razón, numerosas poblaciones urbanas y rurales en Colombia llevan años y años aguantando, muda e imperturbablemente, la falta de un buen servicio de acueducto.
Pese a conocer que el 58% de los hechos de corrupción identificados en el país incluyen la vulneración de al menos un derecho consagrado en la Carta Internacional de Derechos Humanos, según las investigaciones de Transparencia por Colombia. Y uno de esos derechos, precisamente, es el nivel de la calidad de vida de los colombianos.
Esto me hace recordar una frase del filósofo Adam Smith, quien decía que "el interés propio de la gente es fundamental para alcanzar el éxito". Se refería al éxito de económico, por supuesto. Lo que me pone a pensar qué sucedería si este pensamiento pudiera formar parte de la mentalidad de las comunidades y el interés por alcanzar una mejor calidad de vida se convirtiera en algo tan importante como lograr el éxito económico. ¿Harían lo mismo que hacen para conseguir plata?
¿Será esta la razón por la que poblaciones como las islas de San Andrés y Providencia aún no tienen un acueducto y alcantarillado completo y eficiente?
Valdría la pena empezar a brindarle más apoyo a los hombres y mujeres, valientes, que se atreven alzar la voz contra los que generan estos problemas, y a las veedurías ciudadanas, valerosas, honestas y responsables, que existen en las islas, a ver si se logra que las próximas generaciones no sigan con el agua lejos; es decir, heredando la misma terrible situación por los siglos de los siglos.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.