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Esperando a Godot

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HAROL.BUSH2Hay preocupación de que nos vamos a quedar de nuevo con la miel en los labios. Tal vez nunca antes habíamos tenido una coyuntura política y diplomática más favorable para avanzar las cuestiones étnicas y para mejorar sustancialmente a las islas. Pero a mitad de camino del ciclo presidencial aún no es claro si pasaremos de la aspiración a la ejecución.

El entusiasmo institucional por las islas parece haber cedido el paso a una sensación de negligencia, un acto de abjuración. Puede ser que se deba al aturdimiento por la tormentosa realidad nacional, por la desaceleración económica que ha forzado un apretón presupuestal o por el retorno de altos niveles de inseguridad.

Todo ello pudo haber disminuido la atención hacia nosotros. Porque nos prometieron mucho y se ha entregado poco: control y disminución de la población, mejor servicio de salud, más seguridad, más progreso social y menos pobreza. Pero todo eso ha ido creciendo con prominencia hacia el lado opuesto al deseado.

Como los personajes de la obra maestra del dramaturgo irlandés Samuel Becket, ‘Esperando a Godot’, que tiene un poderoso mensaje que resuena particularmente en tiempos difíciles: un elogio al estoicismo, a la solidaridad y a la perseverancia; los isleños vivimos una metáfora del cambio, a la esperanza, a la confianza en nuestra capacidad de influenciar el devenir de nuestras vidas.

Por eso podemos extrapolar su mensaje a nuestra condición insular, a nuestra raizalidad, para conectarnos con nuestra realidad y rico patrimonio ancestral, a propósito de los recientes despliegues con tremendo orgullo de nuestra etnicidad que con regocijo afirma una identidad que no cede ante la adversidad.

No esperamos a Godot pero sí a nuestro Gordon, un apellido raizal de origen escocés antiguo que tiene una connotación de abundancia y progreso. O para ponerlo en lenguaje coloquial nacional, aún esperamos al premio gordo, la mejora, la abundancia (‘fat and sweet’).

Porque de un gobierno nacional mesurado y progresista que enfatiza las cuestiones étnicas y oportunidades para las minorías como las nuestras, la inercia parece ganarle tiempo al cambio. Y nos sitúa en una tragicomedia sin hechos relevantes pero con tragedias repetitivas, tedio y carencia de significado.

De una posible crisis existencial solo nos escaparemos con menos retórica y populismo y con más pragmatismo y soluciones. Nuestras instituciones deben dejar de exhibir la condición de disonancia cognitiva y no olvidarse de las cosas prometidas. Las locales y las nacionales deben dejar de divagar y juguetear mientras las islas se hunden en sus recurrentes crisis.

Nuestra historia ha estado marcada por la coyuntura de pérdidas y traiciones de desenfrenada impunidad e incapacidad institucional. Y para salpimentar ese ‘boil up’ de preocupaciones locales, la actuación nacional ha sido a todas luces de una despreocupación e incoherencia evidentes.

Esperanzadores asuntos pendientes

Además de un liderazgo más ilustrado y la necesidad de que los históricos nombramientos raizales se traduzcan en resultados para las islas, hay dos problemas adicionales que debemos superar.

El primero, la necesidad de una visión con una misión. Comparto la opinión expresada en una reciente columna de El Isleño de Eddie Williams, quien impulsa los límites del debate hacia terrenos y temas que este colaborador ya había planteado. Williams argumenta que para reconectarnos con el Caribe, para que el Estatuto tenga éxito (para que mejoremos nuestra etnia raizal y nuestras islas) debemos primero reconectarnos con nosotros mismos.

Es necesario dialogar y concertar y para ello es imprescindible una aproximación colectiva y una voz unificada, es decir una misión con una visión definida y concertada. Hay muchas divisiones que corren transversales a lo largo de líneas étnicas, socioeconómicas e ideológicas.

Esa unión es importante justo cuando se vuelve a mover el tema del Estatuto Raizal que viene de nuevo sin el aporte de buena parte de la colectividad, con algunas ideas instaladas sin debate y sin la utilidad necesaria. Por si eso fuera poco, tampoco hay claridad sobre la validez y el contenido de esta propuesta que encalló en 2021 por el peso de sus aspiraciones utópicas y la por falta de acuerdo entre los líderes étnicos y el gobierno nacional.

Lo anterior en torno a su aspiración de autonomía y autodeterminación étnica, algo que francamente no iba a aceptar el gobierno nacional porque debilitaría la soberanía nacional en nuestras islas y porque iría en contra de los intereses de los isleños no raizales.

En segundo lugar está el aprovechamiento del tiempo que queda de un gobierno que ha sido el más comprometido con las cuestiones étnicas. Tenemos nombramientos de los nuestros, pero vemos poco progreso hacia lo nuestro. La misma Cancillería admitió que no tiene concertada (o ‘socializada’) una agenda y que poco se ha hecho en relación al diálogo con Nicaragua.

Parecería que los embajadores raizales actúan de acuerdo a voluntades políticas superiores, que aún son difusas, pero corren el peligro de que su presencia sea usada como excusa de que se cumplió con la promesa. Sin herramientas para cumplirlas, corren peligro de ser mecanismos de cooptación, de silencio, de contención, aunque representan un tremendo simbolismo para los logros raizales.

Dos aspectos son alentadores. La llegada de Sally Taylor a la dirección de Desarrollo e Integración Fronteriza de la Cancillería podría aportar una mayor dinámica al acercamiento del Caribe y a través de ello un mayor progreso socioeconómico, un tema aún ausente de la retórica de integración caribeña. Su formación multidisciplinaria augura una aproximación más general y en particular un énfasis en el comercio.

Lo segundo es la reactivación de la Comisión de Vecindad con Jamaica; algo que indiscutiblemente llama la atención sobre la ausencia de una con Nicaragua, nuestro vecino más importante no solo por los nexos históricos, étnicos y lingüísticos que nos conectan, sino porque el acercamiento hacia ella es un paso esencial para manejar las consecuencias negativas del fallo de La Haya de 2012.

Porque no nos queda opción distinta a manejar esas consecuencias ya que en buena parte nos hemos ajustado al luto por la pérdida de aguas. Además de una aceptación de la realidad y la reconciliación mediante acercamiento a nuestros hermanos de historia, lengua y cultura de Corn Islands y Bluefields en ese país.

Hechos que serían favorables para nuestro propio desarrollo socioeconómico y etnocultural ya que permitirían el aprovechamiento de múltiples oportunidades comerciales, económicas, étnicas, socioculturales y lingüísticas. Puntas de diamante de todo el sueño caribeño, pero que se habrían desaprovechado en los últimos dos años por una encrucijada ideológica con el voluble gobierno de Daniel Ortega.

¿Será que como Godot, nuestro Gordon y nuestro cambio nunca llegarán, pero sí los emisarios y con ellos más promesas y esperanzas de cambio? Porque hay algo contradictorio y peligroso con tantas recurrentes promesas que nos hacen: en muchos casos son solo veletas políticas, cuya dirección está determinada por la ventaja táctica a corto plazo, para salir del camino o para calmar ánimos caldeados.

En todo caso, debemos perseverar acumulando fuerzas y sabiduría para seguir aspirando y esperando nuestros tiempos de abundancia y progreso, como lo propone históricamente Samuel Becket.

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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.

 

 

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