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Algoritmo de una anécdota real

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EDNA.RUEDEA2En cierta ocasión, probablemente como consecuencia de alguna pequeña indiscreción, una maldad leve sin consecuencias –quiero pensar–, una religiosa del colegio donde estudiaba mi escuela primaria, al llamarme la atención usó la siguiente metáfora:

“Una mancha en un vestido blanco se nota más que la belleza de todo el vestido, su mal comportamiento es más notorio que todas sus buenas calificaciones”. En ese momento como hoy, pensé que era algo exagerada la opinión de la monja, pero hoy además creo que su puesta de atención en los defectos y no en las cualidades, era un signo blando de depresión: pobre hermana.

Y así es, el cerebro es un órgano más entrenable que cualquier músculo, y si se le pide que busque los defectos y las flaquezas como único objetivo, no hará otra cosa, se organizará como el algoritmo de las redes sociales y empezará a presentar únicamente los conceptos, los objetos, las estrategias que satisfagan esta premisa.

Igual pasa para el mundo real. Ponga en su mente por ejemplo encontrar un reloj rosa, insista en esta búsqueda por al menos unos días, y al cabo de un tiempo, le será imposible evitar hallar relojes de color rosa por doquier. Ahora eleve los pensamientos, la receta es simple: busque becas, convocatorias, oportunidades de crecimiento, pregunte a tres amigos diariamente por algo similar, incluya estos temas como parte de las conversaciones informales en la tienda y cuando se monte en el bus… Deje reposar y espere resultados.

La oferta abrumadora de oportunidades puede que lo enfrente con un miedo mayor: cambiar. Si su atención se fija por el contrario en los rencores, las pequeñas y bajas rencillas, si se queda circulando en conversaciones turbias y nada propositivas, el algoritmo de su cerebro buscará más basura para alimentar el fuego. Las oportunidades lo esquivarán. Es lo que usted ha mostrado que le interesa y su cerebro obedece.

El vestido blanco con la mancha que vio la reverenda era más que eso. No había una sola mancha, eran mil. Había en realidad suficientes puntos para pintar la noche estrellada de Van Gogh y sobraba para hacer un millón de cuentos.

Ella vio un borrón, una mácula, yo era un planeta. Años después me encontré a la religiosa, al ver que ‘la mancha’ era medianamente feliz y hacía lo que le gustaba, exclamó: “¡Ha! Siempre hay pícaros con suerte”. Otra vez, pobre Hermana, que triste algoritmo señora…

Corolario: La atención, como función intelectual superior, es para la inteligencia natural, lo que el algoritmo es para la artificial.

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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.

 

 

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