El destino de las islas oceánicas del planeta tiene hoy una enorme importancia derivada de la crisis climática. Estas porciones de tierra en medio de la inmensidad del maritorio, serían las más afectadas por el deshielo de los glaciares y el aumento global del nivel del mar, como han concluido los científicos.
Corresponde entonces a sus habitantes, a las autoridades y al mundo entero prestar mayor atención a las señales de la naturaleza y a las advertencias de la ciencia, a fin de crear conciencia de los enormes peligros en ciernes.
Si existe en la política algún tipo de despotismo, uno que realmente hace pensar en la estupidez humana como lo hizo Einstein, es el que pretende ocultar el cambio climático y sus posibles consecuencias devastadoras. O aquel que trata de menoscabar su avance indetenible (como hasta ahora lo han hecho líderes de varias naciones) a cambio de réditos económicos o electorales.
Los fundamentados análisis de la ciencia han llevado a la académica e investigadora Christina Gerhardt a consignar en su reciente libro 'Atlas de las futuras islas sumergidas' (Menguantes), que las islas que podrían tener el mismo destino de la mítica Atlántida serían: Guangzhou, Shanghái, Hong Kong, Mumbai, Ámsterdam, Lagos, Manila, Dakar y Ciudad Ho Chi Minh.
Esto me lleva a hacer varias preguntas: ¿Cómo saber si la isla de San Andrés puede estar amenazada por estos fenómenos? ¿Qué nivel de riesgo asociado al aumento del nivel del mar tendría hoy? ¿Se está creando consciencia al respecto? ¿Se está difundiendo ampliamente información sobre el tema a la comunidad para fomentar la reflexión conjunta sobre el particular? ¿Hay un plan de acción y de reacción en construcción? ¿Qué está haciendo, si lo está haciendo, el gobierno nacional y departamental en ese sentido?
La intención de Gerhardt con el 'Atlas de las Futuras Islas Sumergidas' es que podamos no solo comprender los cambios dramáticos que están ocurriendo, sino también imaginar futuros posibles. Lo que nos propone es llegar a entender que no es tiempo de persistir en las quejas y los reclamos de siempre, ni convertir la política en otra corriente 'negacionista' del cambio climático, sino en construir acciones preventivas y concientización.
De acuerdo con la publicación del New York Time del pasado 4 de julio, "las proyecciones, incluso si las naciones cumplen el objetivo del Acuerdo de París de limitar el calentamiento a 1,5 grados Celsius por encima de las condiciones preindustriales, aproximadamente la mitad de los glaciares del mundo, unos 104.000, podrían haber desaparecido para 2100."
Por lo tanto, cuanto más se haga para introducir en los planes de desarrollo local sumas presupuestales y medidas para minimizar los efectos de tales fenómenos, y las eventualidades resultantes, quizás no se tenga que llegar a dar mala noticia cierta de que el mito griego se volvió realidad en el mundo contemporáneo, y, en particular, en el Caribe colombiano.
Es la tarea pendiente de llevar a cabo, tanto por los habitantes de las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina como por los gobiernos de turno.
Tal como lo señala la reciente nota editorial de EL ISLEÑO, una de esas medidas es "la protección de los ecosistemas naturales de San Andrés [...], los manglares y los arrecifes de coral, que actúan como barreras naturales contra marejadas y vientos fuertes". Dado que "preservar y restaurar estos ecosistemas no solo beneficia la biodiversidad local, sino que también fortalece la resiliencia de la isla ante desastres naturales".
De hacerse esto, estaría muy bien. Pero si se puede hacer más, mucho mejor.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.
