Nos conviene mirar más hacia el Caribe. La destacada presencia raizal en un reciente foro en Jamaica sobre sostenibilidad y resiliencia socioeconómica y ambiental, subraya la importancia del Caribe para atender mejor necesidades y preocupaciones isleñas y la participación de nuestra sociedad civil en fijar la narrativa y las estrategias frente a desafíos presentes y futuros.
En el evento se intercambiaron experiencias para la construcción de esquemas de desarrollo y para mitigar efectos del cambio climático y desastres naturales, con énfasis en alternativas populares y solidaridad regional caribeña, como parte de una red de cooperación con otras islas anglo-caribes montada tras la destrucción del huracán Iota.
El enfoque hacia el Caribe para atender nuestras preocupaciones es fundamental porque es nuestro espacio cultural, económico y geopolítico. Y porque tenemos retos comunes que otorgan oportunidades no solo de cooperación para superarlos sino también para construir esquemas de supervivencia y de resiliencia para enfrentarlos.
Para San Andrés y Providencia la apuesta a la integración o regionalismo caribeño tiene por lo tanto validez como componente y complemento importante de toda estrategia local de desarrollo. La anhelada y prometida reconexión con el Caribe se sustenta en cinco pilares fundamentales.
En primer lugar, es un asunto de supervivencia etnocultural porque nuestro arraigo histórico y cultural con el área es esencial para las aspiraciones de reivindicación raizal a través del fortalecimiento de la identidad étnica con la reintegración del pueblo originario isleño al universo lingüístico y cultural anglocaribeño.
Lo que resalta el evento de Jamaica es que si bien la etnia raizal convive con aspectos propias de la modernidad y la multiculturalidad de San Andrés, su vitalidad, fortaleza y la supervivencia de su identidad dependerán de un Caribe articulador, unificador y fuente patrimonial vital para evitar la evanescencia de esta cultura tradicional, considerada riqueza de la nación colombiana con estatus de protección constitucional.
El segundo pilar es la preservación del espacio vital. La solución a varios de nuestros problemas, desde medioambientales hasta desastres naturales, reside en la cooperación con las islas caribeñas ya que nuestra condición insular y no continental nos obliga a aprovechar sus experiencias para enfrentar peligros comunes como huracanes y generar esquemas de protección ambiental y otros tipos de cooperación.
Esa dependencia se hizo evidente cuando después del huracán Iota los líderes providencianos miraron hacia el Caribe porque nuestro país no tiene experiencia de desastres naturales similares. Se trajeron a expertos caribeños pero todas sus recomendaciones no fueron tenidas en cuenta por Colombia, algo que nos recordó hace poco el mismo director nacional de la Unidad de Riesgos (UNGRD), Carlos Carillo, cuando sonó las alarmas porque Providencia aún no está preparada para otro huracán porque no se construyeron adecuados refugios comunales ni individuales. La estrategia en otras islas del Caribe es priorizar refugios y construir casas resistentes y por eso las visitas anuales de huracanes destructivos generan pocos muertos y daños manejables.
Un tercer pilar son esquemas económicos y comerciales. Es necesario asegurar un comercio fluido como factor contributivo al desarrollo socioeconómico y en particular a la mejora de la calidad de vida de los isleños a través del abaratamiento de la comida.
Un comercio libre con Nicaragua, donde los productos alimenticios son muchos más baratos que en el continente colombiano, bajaría los altísimos costos de la comida en nuestras islas y garantizaría más seguridad alimenticia. Sin ser irónicos, tras la pérdida de aguas con el fallo de La Haya de 2012, cuando se comenzó a hablar de inseguridad alimentaria porque se adjudicaron a dicho país aguas de riqueza pesquera que considerábamos nuestras, esa misma nación podría ahora contribuir a nuestra seguridad alimentaria.
Un cuarto pilar es la necesidad de enfrentar retos transnacionales como narcotráfico, protección ambiental y manejo adecuado de los recursos naturales renovables.
Y un quinto es la necesidad de asegurar aliados para consolidar fronteras y atender realidades geopolíticas como resultado del fallo de La Haya de 2012 y prevenir mayores dolores de cabeza de delimitación, con Jamaica como la principal preocupación porque si Colombia entrega las aguas a Nicaragua como se pretende, debe atender otras nuevas situaciones limítrofes como la que se genera con Jamaica ya que a raíz de dicho fallo se debilita la validez del área marítima de soberanía compartida que tenemos con ese país (Área de Régimen Común) alrededor de nuestros cayos de Serranilla y Bajo Nuevo.
Más razón pasa recalcar que el Foro de Jamaica recuerda las debilidades de las estrategias gubernamentales para las islas y para el Caribe, pero también la fortaleza de los intentos civiles que se articulan y se deben comunicar y enlazar con las proyecciones gubernamentales nacionales para las islas y las expectativas de su política exterior hacia el área.
Sin embargo, es necesario que haya más claridad y certeza, un plan rector de objetivos claros y acciones específicas. Que se superen debilidades estructurales, una desatención sistémica a las islas y al Caribe, una falta de articulación institucional, y que haya un mejor direccionamiento y control de los recursos y un mayor énfasis en resultados.
Colombia puede aprovechar nuestras islas para potenciar su política exterior hacia el Caribe, y así inyectarle dinamismo para superar cierto letargo e inercia ancestral. Pero también es importante que se acabe la incoherencia moral de profesar preocupación por los problemas isleños pero al mismo tiempo hacer poco para atenderlos. Una realidad que a su vez obliga a mirar más hacia el Caribe.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.