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Juventud eterna

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EDNA.RUEDEA2La mortalidad es un concepto que podría parecer obvio. Si bien nadie ha logrado superarla, la intención de omitirla es, sin duda, el motor de la historia y los desafíos que la humanidad colectiva e individualmente ha alcanzado, desde la producción artística, la invención de nuevas tecnologías, los edificios canónicos o la conquista de territorios.

Los rituales de muerte hallados en todas las culturas hablan de esa intención, de la búsqueda de la prórroga al límite establecido por la biología, y en general, para el humano contemporáneo, uno de sus mayores logros es dilatar su tiempo de caducidad, hacerse longevo, duplicar la expectativa de vida, acercarse a la eternidad.

En este camino, y cuando no se pueden estirar más los plazos, podemos decidir al menos prolongar un poco los estadios percibidos como ideales y encontramos entonces, adolescencias de treinta años, en una suerte de distanasia de paciente sano, y si hoy comparamos lo que significaba tener cincuenta años a principios del siglo pasado con lo que significa hoy, podría parecer a cualquier viajero medieval del tiempo, que hemos sin duda, encontrado el elixir de la juventud.

Pero este nuevo congelamiento del tiempo no solo ocurre en aspectos estéticos, esta también marcada en alteraciones colectivas del pensamiento, invalidando teorías de la psicología evolutiva del siglo XX que definen crisis ancladas a edades particulares.

Para los hombres primitivos, incluso los de la edad antigua, la expectativa de vida no superaba los treinta años, lo que significaba que una vez alcanzado el desarrollo sexual en la adolescencia, se prometía una unión conyugal hasta que la muerte terminara el vínculo, nada superior a quince años, la transmisión de la cultura era vital, porque anciano era cualquiera que superara la cuarta década, y entre las guerras y las pandemias, si no se podían acumular los conocimientos con premura, el pueblo entero estaría en riesgo.

Y ¿si existiera una memoria genética? ¿una alerta inconsciente en el cuerpo, que percibe que a una edad determinada ya se debería estar muerto, y si esto plantea la crisis existencial de un ser que se acerca más que nunca a la eternidad?

¿Qué haría un ser humano si pudiera casi triplicar su tiempo, como lo hemos hecho con los 30 fugaces años de los primeros homos sapiens? Si no fueran 80 años sino 240, cuando empezaría este nuevo humano a estudiar? ¿Cuánto tardaría en comprometerse? ¿Cuánto dejaría para el ocio? ¿Cuándo empezaría su adultez? ¿Cuándo se iría de casa?

Oscar Wilde, dijo: "Cuando los dioses quieren castigarnos, nos conceden nuestros deseos" ¿Y si nos han hecho eternos?

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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.

 

 

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