Comencemos con esta constatación, estamos viviendo momentos de crisis, y “la crisis actual es una crisis de esperanza”. Fenómenos como la más grande migración conocida en la historia de la humanidad, las guerras frecuentes en las que los dueños del poder siguen sometiendo pueblos, la debacle financiera; el incremento de gobiernos corruptos que frenan la libertad y prosperidad de las naciones que gobiernan…
Los millones que mueren de hambre; la inseguridad social, el desmoronamiento de matrimonios y familias y otras instituciones tradicionales; la avalancha cruel de ideologías que atentan contra la dignidad humana, estas situaciones sumadas a otras no mencionadas aquí, producen crisis de esperanza. Ciertamente estas situaciones ejercen una presión muy fuerte que nos pueden hundir en la desesperación.
Esta historia nos puede aleccionar. Un día, el burro de un campesino se cayó en un pozo. El animal lloró fuertemente durante horas, mientras el campesino trataba de buscar alguna solución para sacar de allí al pobre animal. Finalmente, el campesino decidió que el burro ya estaba viejo y el pozo ya estaba seco y necesitaba ser tapado de todas formas; que realmente no valía la pena sacar al burro del pozo.
Pidió a todos sus vecinos que vinieran a ayudarle. Cada uno agarró una pala y empezaron a tirarle tierra al pozo. El burro se dio cuenta de lo que estaba pasando y lloró horriblemente. Luego, para sorpresa de todos, se tranquilizó, después de unas cuantas paladas de tierra. El campesino, finalmente, miró al fondo del pozo y se sorprendió de lo que vio… con cada palada de tierra, el burro estaba haciendo algo increíble: Se sacudía la tierra y daba un paso encima de la tierra. Muy pronto todo el mundo vio sorprendido cómo el burro llegó hasta la boca del pozo, pasó por encima del borde y salió trotando…
La vida nos va tirar todo tipo de tierra. Al jefe de la sinagoga, del que habla el evangelio, la vida le tiró la tierra del dolor por la muerte de su hija amada; a la mujer, le tiró la tierra de la enfermedad, a nosotros nos tira tierra de pobreza, del pecado, de la violencia, de la inseguridad. No existe persona alguna que no reciba tierra que quiere sepultarlo para siempre.
El burro, que normalmente no goza de fama por su inteligencia sino precisamente por la ausencia de ella, esta vez nos deja una lección de sublime sabiduría: si la vida nos lanza tierra para sepultarnos, tenemos que usarla para dar un paso hacia arriba. Podemos salir de los huecos más profundos, si nos sobreponemos y nunca nos damos por vencidos. Tenemos que usar la tierra que nos echan encima para salir adelante. Pero para eso, tenemos que aprender de Jesús, a enfrentar la vida de una manera distinta.
Cuando el mundo nos lance gritos de desesperación y angustia, tenemos que aprender a poner pausa al ritmo que nos agobia, y en el silencio de la meditación, escuchar una voz diferente, una voz de lo alto, una voz que nos aliente, la voz de Dios que nos dice: “Dios no hizo la muerte, ni goza destruyendo los vivientes” (Sab 1, 13).
Somos protagonistas en la construcción de un proyecto de vida desafiante, no somos marionetas ni cadáveres ambulantes cruzados de brazos, esperando que Dios o los demás hagan nuestra vida. Seamos realistas, la existencia que nos toca vivir es exigente, dejemos de ser soñadores ilusos pensando que la vida trascurre en un mundo ideal. Necesitamos de la fe y de la esperanza que son regalo de Dios, para salir del hueco de la desesperación.
Cuando el mundo nos grite que cada cual cuide su vida, que construya su propio mundo a su medida, que viva encerrado en la burbuja del ego sin que le importe el mundo ajeno, tenemos que mirar “lo generoso que fue Jesucristo; que siendo rico se hizo pobre por ustedes, para enriquecerlos con su pobreza” (2 Cor 8, 9). La generosidad y la solidaridad son el grito de Dios para ayudarnos a salir de la miseria. Nuestras manos abiertas y generosas deben ser el peldaño en el que quienes están en el hueco de la pobreza se puedan apoyar para salir de allí.
Cuando el mundo nos grite muerte, violencia y destrucción, el Señor nos dice a nosotros lo mismo que dijo a la hija de Jairo, “levántate” y lo que dijo a la mujer curada de los flujos de sangre, “hija, tu fe te ha curado, vete en paz” (Cfr Mc 5, 21 – 43). “Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo; y los de su partido pasarán por ella” (Sab 2, 23s). No fuimos creados para vivir enterrados en el hueco de la muerte, sino para trascender, para vivir disfrutando de la vida aquí y más allá de esta vida.
Cuando el mundo nos grite que todo lo que podemos lograr, lo más bello está en este mundo, y que lo importante es asegurar bienes y vida cómoda, escuchemos el libro de la Sabiduría que dice: “Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra Sab 1, 13s).
Tenemos que superar la visión materialista y horizontal de la vida, y vivir de manera distinta esta vida y con la mirada puesta en el cielo, en la trascendencia, en lo que va más allá de lo que vemos y sentimos. Para salir del hueco del materialismo y de la vida que se agota en este mundo, necesitamos el peldaño de la trascendencia que nos lleva a ver el mundo y la realidad con los ojos de Dios, sin desconocer la realidad, pero mirándola desde arriba. Y cuando hayamos salido del hueco, nuestra plegaria ha de ser la del salmista: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado” (Sal 29)
María Santísima también se levantó, también surgió por sobre las limitantes culturales, sociales y religiosas propias de la época y se convirtió en ejemplo de una vida de fe, de generosidad, de trascendencia y de esperanza en el Señor.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.