“Basándote en lo que sabes de mí y actuando como un experto, diseña una vida perfecta”. Este Promnt tan inocente, encabezaba la conversación con una recién instalada aplicación de inteligencia artificial. Lo primero fue un silencio interminable, acompañado del titileo de un cursor que indicaba que algo o alguien, estaba pensando, meditando sobre semejante cuestión.
Pronto tuvo un texto de varios párrafos. Divididos por lo que parecían subtítulos adaptados a aspectos relevantes de una vida genérica. Para este diseño la IA (Inteligencia Artificial) había recaudado toda la información que ella misma le había provisto: preguntas aleatorias, superficiales y hasta tontas, o investigaciones rigurosas y densas, había compartido alguna vez su teléfono, su correo electrónico y sus gustos en sabores de pastelillos.
Exploró recorridos virtuales por museos que jamás visitaría, y a cambio fue bombardeada con la publicidad propia de agencias de viajes, prometiendo que su presupuesto angosto y rígido como un lápiz, se haría flexible, para incluir una travesía que podría llenarle la memoria propia y artificial con recuerdos hechos fotos, lo suficientemente astethic para provocar una oleada de dopamina propia y de envidia ajena.
Las secciones en las que la IA había atomizado su vida incluían aspectos sobre su ocupación, el cuidado de su piel, una dieta saludable, hablaba de los posibles beneficios de ciertos medicamentos, iones, metales, cuarzos, prácticas y vitaminas, proponía aumentar su tiempo de ejercicio, probablemente fundados en la evidencia de las rutas cortas que tenía registradas: del baño a la cocina no se completaron los kilómetros recomendados por la organización mundial de la salud.
Basándose en el tiempo de búsqueda de memes de humor negro, y reels donde amigos se asustaban mutuamente, fue sugerida para hacer más meditación y mindfulness, esperando que las gotas de sarcasmo que la habitaban desaparecieran para hacerla completamente rosa.
Hubo también recomendaciones de libros, todos de moda, todos best sellers, ninguno de ellos políticamente incorrecto, ninguno escrito por un hombre blanco cisgénero, misógino y de derecha. Las series de televisión que le ofrecieron incluían asesinos seriales con nombres pegadizos, y adolescentes orientales en relaciones platónicas y dramáticas, llevándola del terror de un escenario con ese amor de porcelana, frágil y falso, a los brazos tiernos de un homicida psicópata.
Por último, le ofreció una paleta de colores para integrar a su vida: los pasteles eran los más atrevidos y predominaban el blanco, el beige y una gris nube. Nube de llovizna, nunca de huracán.
Lo idílico que la inteligencia artificial le proponía, eran nada más que pautas genéricas para hacer de ella la copia de una copia, Una vida pasada por litio, que por miedo a la divergencia, no se revelaría, comiéndose un pan en el andén, sin tomarse fotos, mientras lee a Hemingway.
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