El modelo de desarrollo de turismo masivo en San Andrés no está muerto ni moribundo pero ha estado indispuesto por un tiempo, no solo porque ahora llegan menos turistas sino por el impacto de larga data que ha tenido sobre la isla._El bajonazo tiene varias lecturas...
Una es la adaptación a niveles promedios, pero la mayoría apuntan a la necesidad de recalibrar y mejorar el modelo para atender sus debilidades y suavizar sus extremos malignos. El turismo masivo debe ser más pasivo en sus efectos y más activo en sus aportes.
La actual coyuntura ofrece una oportunidad de reflexión y de ajustes. Es absurdo intentar reemplazarlo debido a la extrema dependencia y supervivencia de la economía isleña en el flujo y volumen de visitantes y porque experimentos alternativos en otros lados no han arrojado resultados esperados o favorables.
El turismo masivo es pilar fundamental y parte integral del ADN de la economía isleña con una participación junto al comercio de alrededor del 60% y en consecuencia el mayor proveedor de empleos.
Pero continúa causando daños colaterales a la isla y a sí mismo (degradación ecológica y cultural, urbanismo descontrolado, inflación) que afectan el atractivo de la isla. En consecuencia sufre de la paradoja de su naturaleza: su éxito se ha convertido en su peor enemigo y un arma de doble filo.
Ello impacta en que visitantes potenciales escojan otros sitios. Con su ausencia están cobrando a San Andrés el daño que ha causado el mismo turismo. Es una protesta contra sus propios actos y consecuencias. Una sinrazón turística, en palabras del sociólogo francés Rodolphe Christin, porque el turismo termina matando el espíritu del viaje.
Es un elefante dentro de una casa de cristal y al mismo tiempo una mina de oro, una piedra en el zapato que es necesario tolerar. Expone dos caras opuestas que en San Andrés nunca se han podido reconciliar: una que entrega progreso y otra con una capacidad destructiva. Debemos por lo tanto aspirar a una meta de un equilibrio manejable entre desarrollo y daños. La gallina de los huevos de oro se debe controlar mejor, no matarla.
Debe haber un nuevo enfoque donde se piense en el turista no solo como el elemento esencial que mantiene viva la economía y genera empleo sino como un aliado estratégico para asegurar un nivel de desarrollo sostenible, aliviar la agobiada infraestructura de servicios públicos y avanzar hacia la recuperación ambiental, autenticidad sociocultural y tesoro patrimonial.
Lo anterior se intentó con la tarjeta de turismo, pero sin resultados como consecuencia de deficiencias de gestión y el insaciable agujero negro de la corrupción.
Por eso es necesario pensar en otras estrategias, partiendo de que el problema no es la naturaleza del turismo masivo, sino la sistemática ausencia de planificación y de gestión adecuadas para recibirlo, algo que lo ha llevado a un punto de inflexión de la cual el bajonazo de visitantes es solo un síntoma.
Cambio de paradigma
Hay más disposición al cambio o a adaptaciones de lo que aparece a primera vista. Contrario a lo que pasa en otros sitios, en San Andrés no hay un rechazo o un clima febril contra el turismo masivo. El debate y la narrativa del pasado que enfatizaban una férrea confrontación entre beneficios económicos y costos socioculturales y ambientales, entre propuestas extremas y el status quo, han dado paso a un llamado al consenso para fortalecer el modelo y atender sus efectos colaterales.
Ello facilita una nueva aproximación pragmática para seguir atrayendo turistas y mejorar sus expectativas, pero al mismo tiempo regenerar las condiciones físicas y ambientales de la isla y progresar en los estándares socioeconómicos de los isleños.
Algo absolutamente fundamental es mejorar la infraestructura de turismo e imponer orden. Pero ello debe ir acompañado de una nueva justificación y encauzamiento de la tarjeta de turismo que evidentemente ya no cumple la función para la cual se creó, precisamente de controlar el flujo de llegadas y al mismo tiempo poner al turista de coadyuvante de objetivos de protección ambiental.
Una propuesta podría ser que la tarjeta sirva de bono para el ingreso gratis a los cayos o descuentos en el comercio. Una situación de ganancia doble para el turista y las islas.
Es importante también usar las ventajas tributarias de San Andrés para vender bienes y servicios y diversificar la economía. La desaceleración económica nacional y la imposición del IVA en servicios turísticos han disminuido el poder adquisitivo de muchos colombianos y por eso ha impactado en las visitas, pero precisamente por eso se puede aprovechar la exención de IVA en el archipiélago para impulsar que más visitantes compren sus pasajes y paquetes en las islas.
Es necesario también cambiar los enfoques tradicionales del turismo porque muchos turistas ahora tienen preferencias por motivaciones experimentales que poco se cubren (cultura, gastronomía, buceo, pesca). O quieren ver etiquetas de sostenibilidad, responsabilidad social y ecológica, inclusión y benevolencia social, cosas que en San Andrés brillan por su ausencia o no son evidentes.
Es importante seguir captando un turismo de diferentes niveles económicos. Es ilógico el argumento a favor del cambio de un modelo inclusivo que tenemos por uno exclusivo porque implicaría una disminución de flujos que generaría más serios traumatismos socioeconómicos de los que tenemos. Además dejaría por fuera a segmentos débiles de la sociedad isleña, como nuestro extenso sector informal, y experiencias similares a San Andrés no han hecho una contribución significativa a la economía y la generación de empleo y han causado mayor daño ambiental.
Otro factor más importante que apunta al fortalecimiento de lo existente es que la isla no está preparada para un turismo exclusivo y en todo caso el turismo de volumen e inclusivo puede también ser sinónimo de calidad, no ser destructivo y ser sostenible. En ese sentido, los hoteles y el capital privado han hecho un gran esfuerzo pero la infraestructura pública, que es responsabilidad gubernamental, aún deja mucho que desear.
En muchos aspectos el turismo masivo de San Andrés ha sido muy exitoso y no siempre tiene desagradables consecuencias. Ha arrastrado a muchos fuera de la pobreza porque ha entregado un nivel de progreso que posiciona a San Andrés con uno de los más bajos índices de pobreza del país. Aunque también ha causado hacinamiento socioeconómico, algo que evoca imágenes de miseria e inequidad social de Londres de finales del siglo XIX más digno de una novela de Charles Dickens, que de un paraíso tropical caribeño en pleno siglo XXI.
La isla aún conserva gran parte de su magia, no puede correr la misma suerte que otros destinos de ensueño y por eso con énfasis se clama por un mejor enfoque y gestión más eficiente. El costo socioeconómico, sociocultural y ambiental de no rescatar muestro desanimado modelo de turismo de sí mismo es demasiado alto.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.