El turismo de masas en San Andrés parece haber llegado a su fin. Los flujos de pasajeros nacionales y extranjeros ya no crecen al ritmo de antes de la pandemia. Incluso, el millón y pico de turistas de 2019 puede que no se repita. Esto asusta de un modo especial, ya que la economía insular depende casi exclusivamente del turismo.
La crisis de las rutas aéreas, que derivó del coronavirus, no hizo otra cosa que plantear la necesidad de repensar el turismo. La ausencia de aquellas grandes oleadas de gentes, despejaron el panorama que impedía ver los impactos más profundos del crecimiento exponencial del número de viajeros. Y permitió observar a la naturaleza en el estado lamentable en que se encuentra.
Aparte de los ya consabidos daños en ámbitos como el ambiental (deterioro del entorno natural y sus recursos), el hábitat (exceso de la capacidad de carga), los residuos sólidos (exceso de basuras), y la salubridad pública (contaminación de las aguas subterráneas), se hicieron más evidentes el fracaso en el propósito de alcanzar una mejor calidad de vida, afectado por los aumentos del costo de la canasta familiar, el congestionamiento de las calles y los problemas de incivilidad.
También se vieron más nítidamente los efectos en la integridad moral de los funcionarios que durante años han administrado los ingresos por concepto de la tarjeta de turismo, que constituye una de las razones por las cuales no se ha logrado sacar de la pauperización a buena parte de la comunidad.
¿Qué hacer al respecto? Es la pregunta que ronda a todo el mundo.
Pues, ya hay algunas respuestas en el panorama. Islas turísticas como las Baleares, por ejemplo, que han sufrido las consecuencias de la masificación del turismo, han empezado a buscar la manera de ponerle freno, como lo reportara el pasado cinco de junio periódico capitalino El Espectador.
Allá trabajan actualmente en hacer el turismo compatible con la vida de los residentes y el entorno natural. Para ello, con la vista puesta en el largo plazo, el gobierno regional de Palma de Mallorca creó un comité de expertos encargado de elaborar una ‘hoja de ruta’ para el archipiélago.
El gobierno colombiano podría tomar nota de esta iniciativa y empezar también a mirar el asunto con seriedad y determinación. Es tiempo de mirar más allá de la barrera coralina. Es decir, más allá de las discusiones políticas y las tensiones que con el tiempo el turismo ha traído al Archipiélago.
No es que no vengan todos los turistas que quieran hacerlo, sino que puedan disfrutar del archipiélago en equilibrio con la naturaleza y el bienestar regional, que no es otra cosa que el espíritu mismo de las reservas de Biosfera –como la nuestra– en el mundo.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.