San Andrés tiene un desarrollo económico, social y ambiental precario con excesos negativos como la ocupación por una población que día tras día empeora su situación y amenaza gravemente la sostenibilidad.
Quizás no se han tomado muy en serio las circunstancias que se viven en la isla, quizás no tenemos la capacidad y conocimientos para percibir la realidad o quizás –lo que es peor–, aún advertidos, se está evadiendo la realidad mientras se exprimen todos sus recursos cual si mina a cielo abierto de donde se extrae aceleradamente sin reponer.
Ese propósito de ser un espacio protegido para la convivencia sostenible del hombre y la naturaleza aquí parece un letrero sin iluminación. Valdría la pena preguntar a los habitantes sobre el significado de la Reserva de Biosfera ‘Seaflower’, título que ofrendó la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, desde hace ya dos décadas.
En la isla se han sobrepasado todas las ‘capacidades’ y estamos que reventamos.
Las personas originarias y las de larga presencia en San Andrés relatan cómo en los 60s, 70s, y aún en los 80s vivieron en un ‘paraíso’, en que los visitantes –en su mayoría, compradores de las mercancías que acá ofrecían–, no superaban los trescientos mil anuales y entre ellos se distinguían personalidades de bien que nos visitaban no sólo de Colombia como de Panamá, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala con quienes teníamos conexiones aéreas y que también llegaban de Estados Unidos, Canadá y de otros países.
Es de anotar algo importante, la población total en San Andrés no superaba los cuarenta mil habitantes y aunque ya esa cantidad excedía la capacidad instalada de servicios públicos básicos, especialmente los sanitarios, ya se veía venir la tormenta…
Es decir que esta casa, con cupo limitado por su tamaño, por sus espacios, por la convivencia, pero sobre todo por su medio ambiente, su mar, su sol, sus playas, sus islas y sus cayos, su gente ancestral, sus tradiciones, valores y su cultura, nunca debió ser sobrepoblada y avasallada.
Sin embargo, algunos están esperando que aterricen más de treinta vuelos diarios en aviones de gran envergadura exigiendo además, medidas gubernamentales que restablezcan la meta de albergar cerca de dos millones de visitantes por año, ‘culpando’ además al Gobierno nacional por no cumplir sus expectativas que violan las capacidades de carga de la isla.
La pandemia reciente nos advertía de las debilidades de nuestras condiciones, sin seguridad alimentaria, sin recursos de agua potable, de sanidad; sin la debida planificación y sin todo ese mar que tradicionalmente nos permitió una congrua subsistencia y que por determinación del alto tribunal de La Haya ahora es multinacional.
No esperemos otro infortunio similar a los huracanes en Providencia y Santa Catalina para cambiar.
La insuficiencia en aerolíneas responsables del transporte a la isla da otra advertencia para la revisión de las capacidades integrales en San Andrés en términos de su sostenibilidad.
Aquí ‘no hay cama para tanta gente’, a no ser que el objetivo sea ‘reventar’ con todo para salir después a usanza extractivista en busca de otros destinos donde invertir las utilidades aquí logradas.
El presidente de la República nos convida a diseñar una suerte de convivencia pacífica, que incluye reducir la carga poblacional sobre el territorio, que restablezca a los raizales en su legitimidad de no ser vulnerados en propia tierra, de crecer en autonomía, preservación étnica y sustentabilidad cultural.
La racionalidad poblacional es transversal a todo propósito de potencia de la vida.
Si queremos ‘cambios adecuados’ la nación, el Departamento Archipiélago e inversionistas privados, locales, nacionales y foráneos, deben destinar recursos para lograr proveerse de un ‘mejor vivir’ en un territorio étnico protegido y así ofrecerlo a un turismo cultural, ecológico, académico, deportivo… Un turismo y unas actividades económicas pertinentes y ante todo sostenibles que garanticen un mejor destino.