Los que habitamos en este maravilloso espacio geográfico, multiétnico y cultural llamado Caribe, sabemos que desde el primero de junio hasta el 30 de noviembre, cada año tiene lugar en esta parte del planeta la llamada ‘Temporada de Tormentas y Huracanes del Atlántico’.
Tal es así que desde meses atrás meteorólogos y científicos de diferentes disciplinas relacionadas con el clima y demás procesos celestes, observan y estudian las diferentes variables atmosféricas para intentar cada año un pronóstico aproximado del desempeño de estos fenómenos.
También existe un listado oficial con los 21 nombres de los ciclones que se esperan cada año –que se podría extender, si es el caso, como en 2020– que se difunde internacionalmente desde la A hasta la W, dando una relevancia cultural y de toma de conciencia global al suceso colectivo y tropical.
Este año, los especialistas de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos (NOAA, por sus sigla en inglés) y otras entidades y universidades, han coincidido en que la temporada será, contrario a 2023, especialmente activa con 22 o 23 tormentas con nombre, incluidos 11 huracanes.
Hecha la salvedad de que dichas perspectivas no son ‘hechos cumplidos’ por los cambios considerables que pueden ocurrir en la atmósfera y el océano entre mayo y noviembre, no deja de ser un inquietante presagio el ofrecido por los especialistas para una temporada factiblemente poderosa.
Así las cosas y poniendo el foco en el Caribe Suroccidental donde en los últimos años hemos sufrido el embate de varias tormentas tropicales y huracanes, la pregunta que nos formulamos y replicamos es: ¿qué tan preparados estamos para enfrentar el embate de uno o más de estos fenómenos?
En el año 2020, el paso del Eta y el Iota, con un par de semanas de diferencia entre sí, resultó devastador. La población isleña, especialmente la de Providencia, los sufrieron y recuerdan con tristeza y aprensión. Por lo tanto, la Unidad de Gestión del Riesgo (nacional y regional) y demás entidades comprometidas deben extremar sus acciones.
En estos casos, todo lo que se alcance a ejecutar es poco a sabiendas que se trata de salvaguardar la vida y el patrimonio de la población. Sabemos que se está trabajando, no obstante, de la participación, el compromiso y el conocimiento compartido de dicha tarea depende en muy buena parte el éxito de la gestión.