La elección de Nicolás Gallardo Vásquez como gobernador de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, sirve, ante todo, de piedra de toque de su liberalismo. No el que se evidencia en su camisa roja o corbata roja en su vestimenta, y que recalca siempre en sus declaraciones a los medios de comunicación, ya que sólo es parte de su semiótica personal y una expresión convincente de su filiación política.
El liberalismo al que me refiero es el que presupone la búsqueda del progreso material de los pueblos. Avanzar es posible, por supuesto. Ahora conviene hacerlo realidad. Y ello implica luchar de frente contra costumbres que no han dejado otra cosa que estancamiento o retrocesos en el progreso de las islas. La más nociva ha sido la corrupción.
Fallaría Nicolás Gallardo si no activa la palanca del freno de mano para contenerla. Pues, esta ha tenido mucho que ver con que no se hayan construido por completo las obras vitales y fundamentales por las que esperan los Isleños, en general, desde hace décadas.
Estas son: el acueducto, es decir, llevar agua potable a todos los habitantes; el alcantarillado sanitario y pluvial; el mejoramiento de la disposición final de las basuras; y desarrollar un turismo de alto gasto, sostenible en el largo plazo, que sea consciente del cuidado del entorno natural.
Fallaría también si dejase de lado el grave problema de la criminalidad reinante, que ya ha cobrado la vida de 39 personas, en lo que va corrido del año, la mayoría de estas muy jóvenes. “Tristes hombres / si no mueren de amores / Tristes, tristes”, resuena el verso del poeta alicantino Miguel Hernández a propósito de las guerras, cualquiera sean estas.
Igualmente, fallaría si no concibe este momento como uno de carácter histórico en el que las islas son consideradas por vez primera como punta de lanza de la política internacional colombiana. Es la oportunidad de abrir más espacios en este campo y asumir de forma seria ser «menos insular», proponiendo ―y no pidiendo― a la Cancillería iniciativas para ampliar el protagonismo en el Caribe.
El diálogo con Nicaragua que se avecina pondrá a prueba las capacidades del nuevo gobernador para lidiar con el desafío que este implica. Y lograr que el papel de las islas en el mismo sea determinante, riguroso, decoroso, y con resultados concretos y positivos en el tema de los derechos de pesca artesanal e industrial.
Dada la importancia y trascendencia de estos y otros asuntos, se torna imperativo que el suyo se aun gobierno de vanguardia. Y que se haga acompañar en el gabinete de personas éticamente fuertes. Un equipo humano dispuesto a dejar de lado por un tiempo sus intereses particulares y ejecutar debidamente el plan de desarrollo que se les encomiende sacar adelante.
Esto de la ética, es fundamental. Lejos de ser un concepto trasnochado, es un ideal que ofrece un horizonte de posibilidades. El respeto a la ley es esencial en la administración pública. Es un mensaje positivo, hoy que “la inanidad moral del mundo actual espanta”, como lo señala el escritor francés Georges Bataille. También es motivo de esperanza, pues conlleva considerar realmente posible el progreso por el que tanto se ha luchado.
El gobernador Gallardo arranca con la ventaja de contar con el respaldo del Presidente de la República, según lo dejó saber tras la reciente reunión de gobernadores en Casa de Nariño; también el de los dos parlamentarios del departamento en el Congreso de la República; y el de una Asamblea ampliamente favorable.
Además, cuenta con el ingrediente de su juventud que hace pensar que al Coral Palace arribará el 1° de enero de 2024 un gobernante con ímpetu de gobernar bien, sacar a relucir su amor por las islas, desplegar sus capacidades personales y políticas, dar prueba de las lecciones aprendidas, y no otro que viene a repetir la historia.
¡Buen viento y buena mar! Son mis deseos para el nuevo gobernador de las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.
