La Organización Mundial de la Salud (OMS), define la adolescencia como la etapa que transcurre entre los 10 y 19 años. Pero el otro día, ‘scrolliando’_reels en Facebook, me encontré una comediante argentina, que aseguraba que la adolescencia se había extendido tanto, que después de esta etapa, parecía solo quedar la muerte.
Y me puse a pensar… ¿Porque mi generación ha extendido tanto la adolescencia? ¿Qué es ser realmente joven?
La edad particularmente no es un problema para mí, tengo 46 años y he vivido al menos siete vidas completas en ese tiempo, haciendo tanto y en ámbitos tan distintos, que podría haberme jubilado también siete veces. Aun así, muchas veces soy más joven que mi propio hijo.
Sin embargo, al ver fotos de personas que tenían mi edad en el pasado, encuentro que habían tomado ya los votos de vejez con mucha seriedad, y se resignaban a la introspección y el tejido sin mostrar ningún tipo de protesta.
Probablemente la extensión en la longevidad que trajo la revolución industrial y la mejora en la atención médica, sumada a los avances de la ciencia y de la estética, le den a esta generación la sensación de que si se muere más tarde, los periodos se deberían extender, y ahora, por ejemplo, se es de la tercera edad un promedio de 15 años más que en el siglo XVIII.
La infancia sin embargo enfrenta el reto de terminar antes, bajo la premisa de la ‘estimulación’, la necesidad de homogeneizar el desarrollo de los niños y estandarizar los avances, los padres del siglo XXI, parecen tener una agenda específica de cuándo y cómo se debe ser infante.
Sin tener que ser completamente responsables de gestionar nuestras emociones, con el desarrollo neuronal incompleto, y la postergación al ingreso al mercado laboral regular, la adolescencia es sencillamente más atractiva que cualquier otra etapa de la vida. Al menos para los niños urbanos de estratos medios a altos, hay muchos, sino todos los derechos, pocas sino ninguna responsabilidad.
¿Quién no quisiera quedarse anclado en un bucle temporal, donde el cuerpo se encuentra a punto de alcanzar el pináculo de su belleza y salud, donde los compromisos económicos recaen en otro y las emociones pueden saltarse la barda sin hacerse responsable? Superar la adolescencia sería una muestra de estupidez, sobre todo cuando la adultez ya no tiene ningún beneficio per se.
Acaso, ¿Somos todos adolescentes y luego morimos?
Hace poco me recordaron que de niña, solía dar misas en latín a mis muñecos, porque nací vieja, evidentemente. Tal vez este conflicto tipo Peter Pan que tienen todos, para mi sea más bien, un Benjamin Button mental y en mi senilidad termine haciendo twerking en TicToc.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.