La cultura del Archipiélago pasa con frecuencia por momentos que llamaremos de austeridad –por no llamarlos de otra manera– y por formas cegarras de brindar alegría, con las que se ha reducido el olimpo de las musas pasando de nueve a tres las divinidades que persisten y resisten ante la adversidad de la indolencia.
El manejo presupuestal mitológicamente avaro con la cultura, puede considerarse indecoroso o un reflejo de la inopia pretenciosa y abstinente pero, aun así, durante la última semana –de 52 que tiene el año– hemos visto en la calle los frutos de aquellas fantásticas diosas y sus persistentes escuderas.
Erato o Mariamatilde, es la que sustenta a poetas y narradores, tiene la fe que le hace falta al mundo para volver a ser paraíso y toma en su espalda un peso que hasta el mismo Atlas declinaría. Es la madre adoptiva de una colección de libros fecundados en vientres ‘de alquiler’ y criados en la única feria literaria que los concibe con el viento como materia prima.
Melpómene, o Marylin Biscaino, es la que porta siempre en sus manos la máscara del teatro y una espada legendaria para defenderla. Ella se arma, además, con las herramientas que encuentra en las calles, para procrear escenarios donde antes había desiertos. El teatro, expresión dramática y milenaria, está seguro si ella lo defiende… Si ella lo ilumina.
Euterpe o Heidy Taylor, es la brillante musa de la música que ha tomado para si la mítica Luna Verde. Viene de la diosa de la Memoria y recuerda como a las islas, solían llegar con las corrientes marinas eximios trovadores y músicos del Caribe. Ofrece laboratorios creativos, fiestas con parlantes de azúcar y sigue creyendo que se le puede hacer el amor a las canciones.
Sobre estos tres pilares, la cultura de las islas se empina mirando al horizonte desafiando tejas que vuelan y postulados que se diluyen. Sustentados en estos tres altares podemos creer que la inspiración nunca muere y que, por lo tanto, será eterna.