Tras 21 días de una frenética y hostil campaña y luego de una intensa contienda, a decir verdad, cargada de no tan fraternales y considerados conceptos que eclipsaron en buena parte el panorama, impidiendo de paso, sopesar a fondo propuestas y contenidos programáticos; por fin arribamos al día de la verdad.
Uno de los dos candidatos, el del Pacto Histórico, Gustavo Petro, y su compañera de fórmula, Francia Márquez; estuvieron en San Andrés y mostraron conocimiento y empatía con las principales causas ambientales, sociales, turísticas y culturales del Archipiélago, incluyendo, lo concerniente al diferendo limítrofe con Nicaragua.
Su contraparte, Rodolfo Hernández, y la candidata a vicepresidenta Marelen Castillo, no alcanzaron a llegar, ni antes ni después de la primera vuelta; sin embargo, se aguarda que –de resultar elegidos– tengan en su bitácora una carta de navegación clara y sustentable para estas islas sobrepobladas y amenazadas por todo tipo de riesgos.
Cada cuatro años pareciera que las elecciones nos llevan a un mismo lugar. Como si diéramos un giro apremiante de 360 grados. La contienda presidencial despierta las mismas emociones, la misma sensación, quizás, de otro gran artificio. En fin, la misma impresión de estar atrapados en un camino sin salida, con una interlocución a menudo, ciega, sorda y sordomuda.
Lo que queda es tratar de establecer la distinción entre ‘conocer’ al candidato y saber sus propuestas; entre su discurso y su capacidad ejecutoria; entre el conocimiento del país y la manía de prometer, prometer y no cumplir. Es lo que corresponde hacer a conciencia: votar por el que, al menos, tiene bien marcado el sendero.
Al fin y al cabo, se trata de un voto definitorio para el rumbo que deberemos recorrer en los próximos cuatro años. En medio de un cambio climático cada vez más agresivo y otras muy probables confrontaciones. Ni más, ni menos…
