En la Palabra de Dios encontramos con frecuencia a Jesús rechazando todo título de honor y toda actitud de poder; y más bien lo vemos proponiendo ocupar los últimos puestos y ponerse al servicio de los humildes. Por eso, resulta escandalosa la respuesta del Maestro a la pregunta de Herodes, ¿tú eres rey? Jesús afirma categóricamente, “Si, soy rey, para esto he venido… pero mi reino no es de este mundo” (Cfr Jn 18, 33b – 38).
Sorprende también que la Iglesia haga fiesta a Cristo Rey y le dé carácter de solemnidad. Celebrar la fiesta de Cristo Rey no se reduce a una celebración bonita de culto. Es la invitación a encarnar en nuestra vida diaria la espiritualidad del Reino; es más familiar escuchar hablar de espiritualidad eucarística, bíblica, o mariana, en cambio es un poco raro hablar de la espiritualidad del reino. Reflexionemos en algunos elementos esenciales de esta espiritualidad.
La espiritualidad del Reino exige tener un rey. Muchos son los que quieren ser reyes del mundo, pero al estilo humano. Es un reinado disfrazado de justicia y bondad, donde los candidatos se autoproclaman salvadores, pero al poco tiempo aparecen las reales intenciones, son reinados impuestos, agresivos, y violentos, en los que unos son privilegiados y otros son atropellados.
La historia nos muestra muchos ejemplos de estos reinados. Somos testigos de algunos personajes y grupos que se mueven entre nosotros con el afán del poder, no precisamente para servir, sino para servirse, y muchos los han escogido como sus reyes y les sirven como verdaderos reclutas. Jesús, en medio de tantos aspirantes al reinado, propone el suyo, donde no nos quiere como esclavos sino como amigos. La espiritualidad del Reino exige escoger y aceptar a Jesús como único Rey.
La espiritualidad del reino exige aceptar el estilo del Rey. De Jesucristo Rey, se burlaron los soldados romanos, y se burlan muchos hoy, diciendo: “Salve Rey de los judíos”. Claro, es un reinado que produce risa, porque el Rey va montado en un pollino, aclamado por los pobres y los últimos, coronado de espinas, y clavado en una cruz, que es su trono.
Jesús ejerce el reinado del amor, que consiste en entregarse totalmente por los demás; es el ejercicio del poder, que no lleva a destruir la vida sino a protegerla. La realeza de Jesucristo, aunque no es de este mundo, está en este mundo.
La espiritualidad del Reino exige estar excavando en la mina que es Jesús. Cuando hablamos del Reino de Dios, no hablamos de una cosa, un lugar, o una ideología, sino de Jesús en persona. El Reino es él mismo. Ojalá cada día se cumpla la profecía de Daniel: “lo vi venir entre las nubes del cielo como un hijo de hombre… (Dn, 13 – 14)
Ese es un bello título para hablar de la realeza y grandeza de Jesús. El Apocalipsis, hablando del Señor dice: “Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra” (Ap 1, 5). Jesucristo es el corazón de la espiritualidad del Reino, es como una mina inagotable de donde sacamos la verdad del hombre y la verdad de Dios. Tenemos que nutrir nuestra espiritualidad, sacando las riquezas de la mina que es Jesucristo.
La espiritualidad del Reino consiste en poner a Jesús en el corazón del ser humano. Aquel que trabaja para que, en el corazón de cada persona, en el seno de la familia y de la sociedad, lo primordial sea la paz, la justicia y el respeto de la creación, está poniendo a reinar a Jesús. Cuando eso sucede, Dios es realmente Dios, es decir, tiene en sus manos los hilos del mundo.
Así veremos que Dios actúa ahora; y podemos decir que esta es la hora en que Dios se manifiesta en la historia como verdadero Señor, como el Dios vivo. Podremos decir con toda verdad que el ser humano, la familia y la sociedad “le dieron poder real y dominio. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin”. (Ap 1, 6)
Al celebrar la fiesta de Cristo Rey, tenemos que comprometernos con la espiritualidad del Reino, que en definitiva consiste en dejarle reinar en nuestra inteligencia y en nuestra voluntad, en nuestro corazón y en nuestro cuerpo, en nuestra familia y en nuestro mundo.
La espiritualidad del Reino no es otra cosa que meternos en lo más profundo del corazón de Jesús, y que Jesús se meta en lo más profundo del corazón nuestro; y llenos de ese amor de Dios, nos metamos en el corazón del mundo y lo transformemos con la fuerza del amor de Dios, para que así el mundo entero dé “A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (Ap 1, 8).
* Vicario Apostólico de San Andrés y Providencia
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