Ninguno de mis maestros ha sido solo experto en la materia que me enseñó. Los maestros tienen, o deberían tener, la capacidad de enseñar a través de la vida, de la cotidianeidad. Son personajes, inspiradores, no ejecutores de programas sin conciencia de sociedad, de felicidad.
He tenido maestros que me enseñaron a vencer el cáncer, no a través de la ciencia, me lo enseñaron con su lucha personal; he tenido maestros que me enseñaron a no darme por vencida y de mis maestros aprendí la puntualidad: si llegabas tarde a la secundaria, te quedabas en el sol por una hora.
En fin, los maestros como lo acuñó Hipócrates, se convierten en padres y a ellos se les debe el mismo respeto y admiración. Ahora, no todos mis instructores han sido mis maestros.
Cuando estaba a punto de nacer mi hijo, yo terminaba el onceavo semestre de medicina y el siguiente era Ginecología: un mito en mi facultad, catalogado siempre como unos de los hitos inalcanzables, generador de llantos en estudiantes que creían cerca el final, tenía el más alto índice de mortalidad académica.
Consciente de esto, llegué con el inmenso abdomen que me precedía, y le pedí a la que sería mi tutora que me diera una copia del programa: mi plan era adelantarme en la lectura mientras amamantaba a mi hijo por venir en las siguientes vacaciones, así no pararía mi educación y no alejaría mi sueño.
No. Esa fue la respuesta: ¡No! el discurso que siguió luego lo recuerdo muy vagamente: “Mi recomendación señorita señora, es que suspenda sus estudios y se dedique a su hijo, nada tiene que hacer ahora en esta facultad”.
Era su posición particular, y no la de la Universidad, pero para el caldo de hormonas que era yo en ese momento, ese “no” fue una invitación a desatarme en llanto.
Pero no todo estaba dicho. En la misma habitación -la sala de profesores- estaba la doctora Marcela Alzate, mi ‘maestra’ de psiquiatría.
Cuando la ginecóloga terminó su arenga, se acercó a mí y me ordenó traerle un café. Me llevó al salón contiguo; buscó mi aguada mirada y me dijo: “No pasará: Hoy no te rendirás, buscarás el libro más grande de ginecología que puedas encontrar y lo memorizarás, del prologo al final. ¡Organízate! Serás madre, doctora, serás todo lo que se te ocurra… No es lo más difícil del mundo: tendrás que levantarte más temprano, acostarte más tarde, pero lo harás, porque puedes, porque si”.
Marcela no fue dulce, no fue cariñosa o complaciente, no me secó las lágrimas pusilánime o consoladora, me levantó a empujones y me obligó a buscar mi felicidad…
Pero, también hizo algo más que eso… Marcela me inspiró para ser el tipo de psiquiatra que yo quiero ser
Yo, pasé ginecología sin problemas, presenté los exámenes y mientras caminaba por el pasillo entre las filas de sillas para entregarlos, siempre solía imaginar que Alzate me veía, así que caminaba erguida: casi desafiante.
También de mi maestra de ginecología aprendí: si me dices que no puedo, no me conoces. El día de mi graduación: Marcela lloró conmigo.