El barrio Nariño en la ciudad de Cartagena se encrespa como una ola gigante y se monta sobre los hombros del conocido Lo Amador, para convertirse en el cuello del famoso cerro de la Popa.
Allí se mescló el dialecto Bantú, con el cartagenerismo, del cual han hecho gala prominentes figuras de la literatura, pero también de la música popular de manera especial.
Los que conocen todo este sector saben que los niños especialmente criados en la calle San Fernando del Barrio Lo Amador, por allá por los años 60`s aprendieron parte de la idiosincrasia del hombre Palenquero, es decir conocieron como son a la hora de manifestar su dolor, su alegría y su canto.
Aprendieron a conocer sus noches de velorio y la costumbre ancestral de sepultar sus muertos y es allí donde de manera espontánea el niño Álvaro José Arroyo, bebió en el manantial de la nostalgia africana, todo el alimento que lo sostendría por siempre como figura inmortal de la música popular Latino Americana.
Allí en la escuela de banquitos del famoso Profesor Orozco, rozó las partituras de sus primeras letras y comenzaría a golpear con sus dedos de niño pobre, las primeras melodías en taburete de madera que ante él se volvía dócil.
De seguro que mientras el ilustre y sabio profesor le enseñaba sobre el descubrimiento de América, él estaba tarareando algún canto de lamento escuchado en velorios Palenqueros y que después sería el sostén para componer una melodía casi de cuna llamada Rebelión.
La plaza de Majagual de Sincelejo, se deleitaría escuchándolo cantar el himno de Sucre y de las Sabanas que se llama Fiesta en Corraleja y seguramente otra famosa canción llamada la Colegiala, que al igual que la primera son de la autoría de su mentor en ese momento Rubén Darío Salcedo.
Engalanó el Joe con su voz las noches de fandangos de los pueblos de María Varilla y Pola Becté. Se abrazó con las cumbiamberas, con los manteros, con los vendedores de guarapo, con los Garrocheros, con la música de viento y se quedó por siempre hechizado con el son de banda, garrocha y ron.
Con esas dos potencias en su vida musical Álvaro José se daría a conocer por todas las ciudades y regiones de la costa, llevaba consigo todo un arsenal ancestral musicalmente hablando. Hervían en sus venas los tambores africanos, la guacharaca indígena y las trompetas españolas, de allí en adelante el mundo musical de Colombia y el Caribe se pondrían a sus pies.
En Tania al igual que Escalona con Ada Luz, demostraría un instinto paternal de gran compositor, afinado por un tanque zinc dentro del cual cantaba en su niñez y que le dio acústica a su alma de autor. Este futuro artista disciplinado por la vieja Ángela en las calles polvorientas de su barrio, desde ese entonces tendría una marcada tendencia a ser protagonista de escándalos y glorias.
En el Caminante, parecería querer decirle a su barrio y a Cartagena, que Medellín y Barranquilla seria de allí en adelante epicentros de sus gestas inolvidables en casetas, bailes de alcurnias y tarimas. En la canción La Noche, el Joe nos muestra un encuentro mágico con el Caribe de Cupe Cloue, con la fantasía de Bob Marley y se quedó para siempre en ese hechizo que lo ha atrapado como uno de sus hijos más queridos.
En Centurión de La Noche le hace un homenaje a la oscuridad y los amaneceres eternos de su existencia. El Joe compone de noche, porque esta ha sido su vida, compañera bohemia de su musa, de sus angustias y desamores.
En el Tumba Techo, es un reconocimiento que sale de lo más profundo de su ser, es el hombre frente así mismo, filosofando por el valor del ser humano. El hombre ante la autocrítica que quema, como si lo estuviera marcando la esclavitud infame de querer ser otro. Es el hombre solo con toda su verdad ante sí, con toda la impotencia de no poder controlar sus propios vicios, pero aun allí pinta con los colores más armoniosos, la crueldad de la fama.
El Joe será eterno, simplemente porque su música logró con un mestizaje increíble, penetrar la epidermis más sensible de la sociedad Colombiana, el día que el Joe nos deje, lo van a llorar desde San Andrés hasta Leticia, pero también el Caribe internacional de Henry Belafonte se vestirá de luto.
A las pilanderas de Valledupar se les morirá por segunda vez Escalona, las lavanderas de plato, lo lloraran tanto como José Barros, el carnaval de Barranquilla, tendrá otro Joselito, la fiesta en Corraleja, hará mil minutos de silencio y la plaza de Majagual junto con San Basilio de Palenque, le erigirán un monumento. En su epitafio se dirá, Centurión de la Noche casi tumbas el techo del cielo.