Las islas perdieron el siglo XX y han empezado mal el XXI. Las constantes decisiones del gobierno nacional contrarias al entorno nativo y el olvido recurrente de la existencia de una cultura diferente han conllevado a tal desatino.
También la irrefrenable corrupción local. Muy pocos, a la hora de gobernar, se han preocupado por darle prevalencia a las raíces legadas por la historia a los isleños. Y muchos han usado sin pena ni gloria la ocasión de poder que la historia les concediera.
El rumbo actual del archipiélago, que debería estar trazado con base en los criterios económicos y sociales de la casa, no conduce hacia el futuro sostenible que anhelamos. Las amenazas que se ciernen sobre el mismo no auguran un buen puerto.
La redefinición súbita del concepto de progreso que traían las islas desde su adhesión a Colombia, no hizo otra cosa que desalentar el sostenimiento y promoción de los productos primarios que venían marcando el ritmo y la orientación del crecimiento económico del archipiélago.
El drama reinante de la inseguridad, la corruptela, el narcotráfico, la fuga de cerebros, entre otras cosas, nos advierten de la necesidad de cambiar de rumbo. Estas graves consecuencias que nos han dejado las desacertadas decisiones del pasado no son más que la señal legítima que toda sociedad requiere para renovarse.
Es momento de acabar con juicios culturales como los que se manejan en el interior del país acerca de que San Andrés, Providencia, y Santa Catalina no son más que territorios de gente improductiva y perezosa.
Y así mismo acabar con el estereotipo, el mismo en que insistiera López de Mesa y que motiva a hablar y sacar en televisión la derrota de nuestro sistema cultural, de que “las gentes del Caribe no son más que unos gastadores sin cuento, imprevisores, y eternamente simpáticos”.
Por Nadim Marmolejo Sevilla
COLETILLA. “El talento solo no es suficiente, hay que trabajar duro”
William Faulkner.