Qué tema más complicado en estos momentos, en los cuales, una reforma tributaria ha reventado un inconformismo social de grandes magnitudes. Situación nada nueva, ni únicamente de Colombia, sino que ha acompañado la historia de todos los pueblos.
¿Es lícito pagar impuesto al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?» Partamos haciendo notar que los fariseos y los partidarios de Herodes que son quienes formulan la pregunta tramposa, han premeditado la manera de hacer caer a Jesús en declaraciones que permitan juzgarlo. Si Jesús dice que es lícito pagar el tributo, habría sido visto como “vendido” o un colaborador de los ocupantes romanos y alejaría a las personas que lo acababan de proclamar rey. Si Jesús dice que el tributo es ilegítimo, corría el riesgo de ser tildado de criminal político e incurrir en la ira de Roma. Cualquiera de las respuestas, podría ser argumento para justificar su muerte.
Jesús no se deja meter en la refriega política, él mira desde otro ángulo el tema de los impuestos; sin evadir pero sin caer en la tentación de declararse herodiano o romano. Jesús conoce el tema de los impuestos y la relación que se establece entre el ciudadano y el estado. Sabe que los impuestos son necesarios para el funcionamiento de un País. Todo ciudadano tiene el deber de pagar los impuestos; y lo afirma diciendo que “hay que dar al Cesar lo del Cesar”.
Así que Jesús no impulsa ni la evasión por parte del contribuyente, ni la corrupción por parte del Estado. Si ha cumplido el deber de contribuir, tiene el derecho de exigir honestidad en el manejo de los recursos. Los deberes y los derechos marcan definitivamente la vida de los pueblos. La justa medida entre la contribución de los ciudadanos y la inversión del Estado en los servicios que son comunes es lo que no se logra tan fácilmente y lo que causa inconformismos que ciertamente tienen que ser escuchados y tenidos en cuenta.
Ojalá que estos momentos de crisis sirvan para cerrar un poco la brecha entre las instituciones estatales y la vida de los pueblos, entre las realidades complejas de los contribuyentes especialmente los más pobres, y los intereses del Estado de financiar la estabilidad fiscal. Jesús no nos llama a que incumplamos las exigencias de la sociedad en que vivimos, por el contrario, nos pide responsabilidad social.
Pero Jesús saca a relucir otro tributo que se está pasando por alto. Es el tributo a Dios. Que no se trata de un tributo monetario, sino de hacer que nuestra vida, en la que está impresa la imagen y semejanza de Dios, sea destinada a él. En pocas palabras, tenemos que tributarle a Dios honor y gloria, y la manera concreta es haciendo lo que a él le agrada, destinando nuestra vida a cumplir sus mandamientos.
Tenemos deberes para con Dios el Dueño nuestro. Eso lo enseña el libro de Tobías, quien narra la triple desgracia de su padre Tobit, porque la fiesta de pentecostés tan importante para ellos es enlutada con la muerte de un israelita pobre; luego va perdiendo poco a poco la visión por el excremento de paloma que cayó en sus ojos, y por último, su mujer le juzga con una serie de duros reproches. Sin embargo, en todo esto, Tobit se sobre puso, como dice el salmo: El corazón del justo está firme en el Señor. Ese es el tributo que Dios espera, que aun cuando las circunstancias sean adversas, no dejemos oscurecer ni opacar la imagen de Dios que llevamos impresa en nuestro corazón.
Hacer brillar su imagen en nuestra vida, saber confiar en Dios, cuando faltan las fuerzas y dar testimonio de superación cuando todo es adverso, inclusive cuando la burla de los demás es nuestro alimento. No dejar debilitar la fe, por el contrario, sacarla a relucir, porque es la que nos va a salvar cuando quedamos solos en el mundo. Tengamos en nuestros labios estas palabras del salmista:
“El que teme al Señor… No temerá las malas noticias, su corazón está firme en el Señor. Su corazón está seguro, sin temor, hasta que vea derrotados a sus enemigos. A Dios lo de Dios, y al César lo del César.
* Vicario Apostólico de San Andrés y Providencia