No es extraño encontrarse a sí mismo con llegar a cuestionarse el cómo se vive en la isla de San Andrés, máxime cuando hace poco más de medio siglo se presentó una ruptura de la tradición local.
Cabe entonces, preguntarse: ¿se es feliz en San Andrés? Buena pregunta, más cuando quien cuestiona es raizal.
Comenzando por el principio definamos qué es la felicidad.
Por definición "la felicidad es el estado emocional de una persona feliz; es la sensación de bienestar y realización que experimentamos cuando alcanzamos nuestras metas, deseos y propósitos; es un momento duradero de satisfacción, donde no hay necesidades que apremian, ni sufrimientos que atormenten."
Hasta allí la cosa va bien, no obstante, en el entorno local, ese bienestar se convierte en algo subjetivo a punto que se percibe con lo más mínimo o, por defecto, en motivo de desdicha.
De hecho, habrá quien disfrute a plenitud a la orilla de la playa, observando el mar, las palmeras con el calor del sol sobre su piel, sin más necesidad alguna ni sufrimiento que lo atormente.
Otra cosa es que, al salir de ese envidiable entorno, cuando se choque con la realidad y se encuentra con una ciudad en donde reina el caos, la basura y los andenes chuecos, el enfermizo afán del motociclista, la inculta actitud de sonar el pito en el semáforo, en fin: el caos, repito.
Caos que con el cual cualquiera brinca desde un estado de paz de yogui, para caer en una posición kármica donde "la pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiestan de una manera tan clara."
Y no es para menos, San Andrés es tierra de abruptos contrastes; donde él no, reina a sus anchas cuando se habla de "paraísos, en islas afortunadas, en países de una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación".
Justo aquí, se hacen visibles las carencias,se fortalecen los deseos, los objetivos y las metas, en algunos casos inalcanzables. Es un paraíso inexistente donde la aburrición no tiene espacio.
Ésa es la dinámica del lugar donde vivimos; un "paraíso de contrastes" donde el saludo de un amigo tiene existencia, donde el chisme está a flor de piel, donde abundan los ejemplos a seguir, o evitar.
Y tenlo por seguro, amigo lector, un lugar sin espacio para el aburrimiento.
Las múltiples deficiencias de servicios públicos, de conectividad, seguridad, salubridad, zonas de parqueo, trato personal y servicio al cliente, hacen que sea muy lejano del paraíso terrenal.
Vivir en San Andrés se convierte en algo que, por ponerle nombre, es poco apacible.
Se necesita mucha música para poderla sobrellevar.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresen.