Para humanos y luciérnagas, el mundo, según nos dijeron, terminaría en el 2012. La teoría afirmaba que en el solsticio de ese año el fin llegaría cuando acabara el Baktun 13, calendario mesoamericano de largo alcance.
Las conspiraciones teorizaban sobre un asteroide errante, un agujero negro o una colisión planetaria. Ese año designado como ‘del Dragón’, fue bisiesto y empezó un domingo.
Hubo un terremoto entre las placas tectónicas de Guatemala y México, y a mil kilómetros de distancia del epicentro, se declaró alerta de probable Tsunami. El tifón ‘Pablo’, golpeó el sur de Filipinas dejando casi mil muertos, 890 personas desaparecidas y 1.947 heridos. La sequía de finales de ese mayo afectó 29 de los 50 estados de Estados Unidos, y en septiembre, la erupción del ‘Volcán de Fuego’ despertó a 17 aldeas indígenas ‘kakchikeles’ en Centroamérica.
Los huracanes de ese año se adelantaron a lo habitual, empezando el diez y nueve de mayo con una tormenta tropical llamada Alberto. La temporada fue la cuarta más activa de la historia: se formaron diez huracanes, entre ellos Sandy, que alcanzó la categoría 3 y dejó sus daños sobre Estados Unidos y las Antillas mayores.
Y tal vez por eso, porque no anduvo nuestros linderos, pasamos por alto una normatividad que prevé la atención de los desastres en contextos continentales, la ley 1523 del (nefasto) 2012. Una ley como otras tantas, que se piensa para paisajes a los que se accede con facilidad por tierra, horizontes andinos conectados por ríos. Ese año –además– perdimos en La Haya, solos, frente a otro ejemplo de defensa que les da el Estado a sus fronteras.
El Plan de Desarrollo para el Archipiélago de ese año, tenía como eslogan irónico ‘Para tejer un mundo más humano y seguro’, y en la página 197, dejaba como meta para 2015: “… haber gestionado la implementación de un sistema de alerta temprana acorde con las amenazas y vulnerabilidades prioritarias del Departamento”.
Existe la romántica y esotérica teoría que ese año, en algún lugar del planeta, una luciérnaga pequeña empezara a aletear acelerada y que, a consecuencia de esa brisa, ocho años después todo terminara con el huracán IOTA destrozando a Providencia y Santa Catalina.
Pero lo que sí es absolutamente cierto, es que estos eventos no fueron ni furtivos ni impredecibles, lo cierto es que la norma que no nos contempla fue previa, el histórico de los cambios climáticos que se venían estaban ahí, y con increíble distractibilidad, una masa que debía ser crítica, se ocupó mejor de bailar el ‘Gangnam style’, también del 2012.