Con tantas noticias durante los últimos días acerca de la tremenda corrupción que azota al país, bien vale la pena sentarse a la puerta de la casa y cavilar sobre qué tanto tenemos que ver cada uno de nosotros con lo que está pasando. Les aseguro que no será difícil concluir que somos parte fundamental de la fuente del problema.
Visto está que la mayoría de quienes han resultado implicados en actos contra la ley pasaron por nuestra casa solicitándonos votar por ellos en las elecciones o en busca de una sencilla recomendación para acceder a algún cargo público o privado, sin que reparáramos en las capacidades profesionales, las calidades personales, y la probidad moral de cada uno.
Peor aún, no nos fijamos siquiera que muchos eran políticos improvisados con meras ansias de poder y promesas que resultaban a simple vista imposibles de ser cumplidas.
No notamos, o no lo quisimos hacer, que las manos de esas personas lucían tan largas uñas, como de ave rapaz, que era sencillo predecir el futuro nefasto que le aguardaría a cualquier presupuesto público que le tocara manejar. Ni tuvimos en cuenta que sus acompañantes no eran otros que aspirantes a ser burócratas o cómplices rasos que iban a formar parte de una verdadera orquesta delictiva.
Otra sería la suerte de la salud pública, la seguridad ciudadana, el empleo, la contratación administrativa, y de la economía nacional, si antes de elegir a nuestros gobernantes nos hubiésemos puesto a analizar si se trataba de alguien con la aptitud y la actitud necesaria para asumir semejante responsabilidades públicas o de otra índole.
La crítica constructiva es una forma de la generosidad humana de la que poco nos valemos. Por eso el silencio y la pasividad frente a esos individuos de mala calaña, que por pereza o ingenuidad hemos colocado al frente de las empresas del Estado o particulares, resulta ser no menos que la peor de nuestras actitudes.
No ser capaces de asumir nuestra responsabilidad como participes de la catástrofe moral que han generado tales personas, es quizá lo que nos falta para ser verdaderamente merecedores de un halagador futuro.
Por Nadim Marmolejo Sevilla
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