Estamos hechos de recuerdos, quienes somos, donde vivimos, quien es nuestra familia, donde trabajamos, todo lo hemos aprendido, todo está en nuestra memoria. Podemos recordar nuestra infancia, nuestra adolescencia, sabemos que ya no tenemos cinco años porque recordamos un cumpleaños posterior, sabemos a quién conocimos ayer y a quien hace 10 años. Pero no siempre pasa igual.
A mediados de los años 60´s, cuando la neurociencias gateaban y balbuceaban teorías incomprobables, cuando una tomografía era parte de un episodio de viaje a las estrellas, un joven de 27 años que convulsionaba desde los 9 luego de un accidente de tránsito, fue sometido a una cirugía cerebral que extirpaba su hipocampo, una región hasta ese momento poco menos que inútil.
H.M como fue conocido el paciente más importante de la Neurología en años, jamás volvió a ser el mismo, a partir de ese día, todos los días fueron el día siguiente, aparentemente, H.M, era incapaz de recordar nuevos eventos, aunque no parecía tener ningún problema en recuperar momentos anteriores a la cirugía, cada día que se hacía más viejo, se despertaba pensando que tenía 27 años.
De buen ánimo se prestó año tras año, día tras día, iguales todos para él, para ser estudiado por un sinfín de doctores, que debían presentarse con el cada mañana como la primera vez. Para H.M la vejez no existía, su cuerpo se deterioraba, lloraba en la mañanas las muertes de sus familiares que no recordaba, se consolaba, asistía en las tareas del hogar, y luego aparentemente lo olvidaba todo.
Sin embargo, un sencillo experimento que exponía a H.M a un rompecabezas igual cada día, demostró que con el tiempo lo hacía más rápidamente, y se sorprendía con una habilidad que el mismo desconocía. Este experimento solo sembró más dudas en la comunidad científica, ya no solo no sabíamos donde se almacenaba la memoria, ahora sabíamos que la recuperación se hacía en un lugar distinto. Hace poco murió H.M, un paciente que nunca celebró su cumpleaños 28, y murió de 82 años.
Hoy 50 años después, se anunció un medicamento llamado metyrapone, que prometía eliminar los malos recuerdos, aislar el sufrimiento traumático y asistir como la analgesia al dolor. ¿Y si los recuerdos buenos y malos forman esa identificación que a la larga nos construye?, ¿y si todo es necesario? En mi opinión, hemos iniciado la era en la que el hombre se desprende de su naturaleza animal, aislado por su propia superioridad, ha empezado un camino sin retorno, comparable solo al mito platónico de Atlántida.
El hombre es tan complejo que la introspección de las funciones básicas suele tomar varias vidas de experimentos.