Siempre he sentido que el ser superior en la especie humana es la hembra, la mujer, la madre. Quizás porque en mi niñez ellas rodearon mi ser, lideraron mi crecimiento y formación, entre mamá y abuela paterna, mientras mi padre peregrinaba hasta redescubrirse en su vocación de hombre de mar, lejos de aquí.
Tiendo a pensar que la sabiduría de la naturaleza da el don de la preservación de la especie a los seres de mayor fortaleza (por su capacidad de resistencia) e inteligencia para lidiar con la dependencia de la cría hasta asegurar su supervivencia.
En la mujer reside la responsabilidad por la existencia y la continuidad de la humanidad, en casi todas sus etapas. En cumplimiento de ese deber nos traen a la vida en un complejo pero hermoso proceso, complementado por el mantenimiento adecuado y necesario hasta nuestra emancipación en edad de merecer.
Paradójicamente, la mujer ha sufrido innoblemente durante todos los tiempos; pero esto ya va por caminos de superarse.
Nuestra inferioridad ante la mujer se ha manifestado en el sometimiento forzado y la destrucción de su moral y de su cuerpo a través de los años. Basta recordar las quemadas de solo mujeres en las cruzadas, difamándolas de malignas (leáse brujas) cuando ya habían acumulado grandes conocimientos en la medicina que aplicaban para el crecimiento y la salud de sus hijos como para la curación de sus cazadores y guerreros, heridos y/o enfermos después de sus faenas bélicas o de simple proveedores de proteínas de origen animal, ya que el arte de la agricultura y de las yerbas de vida también fueron de su conocimiento por alimentar y curar a sus hombres y a sus hijos.
La mujer es el equilibrio, es la armonía, es la sabedora de lo esencial, conoce mejor de la distribución equitativa, del apoyo necesario, es la que puede multiplicar los panes y los peces.
La mujer es la contra de la fuerza, esa con la que espartanos se impusieron a atenienses, aztecas a mayas, ignorando el conocimiento, el raciocinio y la visión.
Hombres dominadores impusieron roles durante el desarrollo de la humanidad, excluyendo a ellas de funciones políticas y sociales, y marginándolas también de posiciones generadoras de ingresos, de medios y de instrumentos de producción, que solo después de las guerras mundiales y para las reconstrucciones urgentes incorporaron a mujeres por la ausencia física de hombres, permitiéndolas demostrar su efectividad en labores antes reservadas solo a los varones.
Los roles por género están desapareciendo, y ahora ellas demuestran más y más su talento y sus méritos académicos que ya en Colombia el 60% de las plazas en educación universitaria son ocupadas por mujeres, mientras que en las islas del Caribe superan esa cifra desde tiempo atrás.
Son ellas grandes generadoras de ingresos económicos familiares sin descuidar labores domésticas que están aún lejos de ser igualitario entre las parejas, y en perspectiva lógica, están llamadas a la toma de los centros de poder y de decisiones.
Me declaro, desde ahora, súbdito de las herederas de Pentesilea, reina de las amazonas; de un mundo gobernado por mujeres líderes inteligentes capaces de hacernos sentir importantes cuando nuestro genero ha sido responsable de los grandes desastres de la humanidad que incluye la incapacidad de distribuir los alimentos a los más necesitados aún en tiempos de sobre producción, ni de brindar educación y salud suficiente.
Dedico estas confesiones a mi mujer, más porque ella me ha convertido en su hombre; la dedico también a todas las dadoras de vida y sostenedoras de la humanidad, deseando que encuentren en nosotros una justificada compañía.
Es el mes de mayo, mes dedicado a las madres.
Kent Francis James